La revolución tunecina vislumbró una rápida propagación libertaria en el Magreb. Sus líderes huyeron vergonzosamente con nocturnidad y alevosía, y una vez rechazados en Francia, cambiaron el rumbo hacia Arabia Saudí, estado conservador y partidario de un control más férreo del ciudadano.
Pero Túnez ha sido la semilla que se ha expandido y ha comenzado a brotar en el norte de África: primero Egipto y ahora también Yemen. En el primero, su presidente, Mubarak, lleva ya varios días intentando frenar una revuelta popular, más organizada de lo que en esferas gubernamentales se creía. Y como organización es poder, la solución ha sido radical: cortar Internet y la telefonía móvil. Facebook y Twitter han sido los medios más potentes para coordinar a los manifestantes, y habrá pensado Mubarak que muerto el perro, acabaría la rabia. Sin embargo, y a pesar de la complicidad de la UE, EEUU y las compañías de telecomunicaciones, el fin de esta dictadura esta próximo
Por que este tipo de estrategias, ingenuas si se quiere, no pueden parar un movimiento globalizado. En la Europa del siglo XVIII, la Revolución Francesa intentó ser frenada por la iglesia y por otros gobiernos absolutistas, pero fue imposible parar el viento del cambio. En pleno siglo XXI, el diseño de un nuevo planeta global arrastra a las masas, y los gobiernos no van a ser capaces de erradicar esta nueva semilla. Internet ha sido terreno abonado para difundir la buena nueva. Pero es preocupante que por decisión unilateral, una sola persona sea capaz de coartar y colapsar un país entero. Sin embargo, al igual que ha pasado en Europa con leyes restrictivas sobre el uso de la red (Hadopi en Francia o la ley Sinde en España), avanza más rápido el activismo social que el control gubernamental. alfonsovazquez.comciberantropólogo