Revista Cultura y Ocio

Obligar al espectador a contemplar la vida de frente, Francis Bacon

Publicado el 27 junio 2022 por Kim Nguyen

Hay razones menos apocalípticas para sentirse a disgusto con la novela clásica y llegar a la conclusión de que, para escribir bien, habría que escribir de algún modo contra ella. Uno sería lo lejana que se nos antoja la novela como para atraparnos; y también, en relación con esto, lo arbitrarias que nos parecen sus tramas. Holden Caufield, el protagonista de El guardián entre el centeno, de Salinger, lo expresa a la perfección al referirse a una película inglesa que acaba de ver:

Luego conoce a una chica bastante mona, inocente y modosa, que se está subiendo a un autobús. El viento le vuela el maldito sombrero y él se lo recoge, y luego suben y se ponen a hablar de Charles Dickens. Es el autor que más les gusta a los dos. Él lleva un ejemplar de Oliver Twist en el bolsillo y ella también. Como para vomitar.

En sus conversaciones con David Sylvester, Francis Bacon insiste una y otra vez en la diferencia que hay entre lo que llama “ilustración” y lo que él mismo trata de hacer. “¿Y qué entiende por ilustración? ¿Una especie de cautela, una falta de relajación…?, le pregunta el crítico. A lo que Bacon responde: “Por ilustración entiendo la mera plasmación de la imagen que uno tiene delante, sin inventar nada. Creo que eso es todo lo que puedo decir”. Aunque sí dice algo más en otra conversación:

Cuando, sin saber cómo seguir, el otro día trataba de pintar la cabeza de una persona, recurrí a un pincel enorme y un cubo de pintura, y empecé a dar brochazos a diestro y siniestro, de forma que al final no sabía ni lo que hacía, hasta que de repente aquello cobró forma y se convirtió en la imagen exacta que iba buscando. No fue una decisión meditada, ni nada que tuviera que ver con la pintura ilustrativa. Que yo sepa, nadie se ha parado a reflexionar en la razón de que esta forma de pintar cautive más que la ilustración. Supongo que será porque tiene vida propia, una vida propia que transmite la esencia de la imagen de forma más cautivadora. De modo que el pintor es capaz de abrir, o más bien de aflojar, las válvulas del sentimiento, y obligar al espectador a contemplar la vida de frente.

“Una vida tan propia como la imagen que se trata de plasmar”. Esa es la clave. Lo mismo que hizo Wordsworth en sus poemas más sublimes, o lo que hicieron Rabelais o Cervantes, cada uno a su manera. La figuración es precisa, pero está muerta. Bacon no quiere producir una imagen de lo que tiene delante o en la cabeza. En cierto sentido, lo que busca es que lo que pinta goce de vida propia, la vida de lo que tiene delante o en la cabeza. Por otro lado, le asegura a Sylvester, prefiere pintar figuras solitarias porque, cuando hay más de un personaje, el cuadro induce a lo que él mismo califica como “chismorreo”, a lo anecdótico, que no es sino una prolongación de la ilustración. “Soy de la opinión de que, en el momento en que aparecen varios personajes en un cuadro, al instante surge el chismorreo acerca de las relaciones que entre ellos pueda haber, lo que desencadena de inmediato una suerte de narración. Confío poder pintar alguna vez una composición de muchas figuras que no dé pie a esa narración”. “¿cómo en el caso de los bañistas de Cézanne?”, le pregunta Sylvester. A lo que Bacon replica. “Exactamente”.

Gabriel Josipovici
¿Qué fue de la modernidad?
Traducción: Gregorio Cantera
Editorial: Turner

Foto: Francis Bacon, por David Bailey, 1983
© David Bailey


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