Un autobús transporta todos los días a los trabajadores que salen de un taller mecánico y de un supermercado. Mientras esperan, charlan en la parada: tras las Torres Gemelas del 11 de septiembre, de terrorismo y Afganistán, y desde finales de año, de Argentina. Los lunes los reservan al fútbol.
Un obrero del taller afirma que los emigrantes españoles son victimas de los políticos argentinos, ladrones y corruptos. Recibe un murmullo de aprobación.
Otro está muy indignado:
“Hemos llevado dinero a manos llenas a ese país con Iberia, Repsol, los bancos BSCH y BBVA y otras empresas. ¡Y los argentinos, tras robar todo, destruyen esas compañías que son nuestras, que son de aquí, y aún encima, nos insultan!. ¡¡No se puede tolerar!!”.
La aclamación, ahora, es general y sonora. Trabajadores de sueldo humilde españolean como propietarios o accionistas de bancos y petroleras, y su actitud se multiplica por todo el país. Y así, millones de personas se creen damnificadas por el maltrato a unas multinacionales con las que solo tendrán deudas.
Los dueños del taller y del supermercado charlan, al marcharse:
“A mí, Repsol y los bancos me van a arruinar con sus exigencias. Ojalá se hundan con Argentina”, dice el del taller.
“A mí, los bancos me decían que en España ganaban poco, que el negocio era América”, contesta el otro.
Y así estamos los nuevos ricos globalizados, con obreros que hablan como capitalistas y patronos que odian los instrumentos del capital.