Cuentan las crónicas que fue Ferrán Adriá quien pensó en utilizar este producto como ingrediente de cocina. Esto de poder comer algo que parece papel de celofán tiene mucho potencial, sobre todo a la hora de dejar sorprendidos a los comensales, algo que como sabéis es una práctica habitual en la cocina molecular. Este papel de obulato es completamente insulso por lo que darle sabor corre de nuestra cuenta. Su principal ventaja, su capacidad para disolverse casi inmediatamente al entrar en contacto con líquidos (como la saliva), es también su principal inconveniente dado que tendremos que buscar formas de aromatizarlos sin usar ingredientes que contengan agua.
¿Qué nos queda? Pues las grasas, los azúcares y por supuesto productos sólidos. Podemos poner aceite, derretir mantequilla, caramelo o chocolate, que el obulato mantendrá su integridad. Y además descubrimos que el obulato se puede hornear, volviéndose más rígido y algo quebradizo, pero abriendo la posibilidad de derretir mantequillas o azúcares, o tostar semillas, con el calor del horno. Se puede usar una grasa para pegar entre sí varias capas de obulato dándoles así más consistencia y haciendo que su manejo sea más fácil.
El otro día hicimos una receta de un hojaldre de sésamo (o ajonjolí, como queráis llamarlo) que no puede ser más ligero y a la vez más sabroso. Una simple mezcla de mantequilla, azúcar y sésamo sobre unas capas de obulato para generar una experiencia única. El sabor es puro e intenso sin necesidad de añadir ningún tipo de masa con harina. Y la textura es simplemente sorprendente. Primero crujiente y luego literalmente desaparece en la boca al entrar en contacto con la lengua, dejando por supuesto todo su sabor.
Si te animas a probar el obulato, se comercializa normalmente en paquetes de 100 hojas y de varias formas. En la tienda Cocinista los tenemos de forma cuadrada, redondos y triangulares para hacer conos.