Entre los nombres que la literatura de autores extremeños ha dado en los años que llevamos del nuevo siglo se encuentra el de Javier Morales Ortiz (Plasencia, 1968), que, hoy por hoy, me parece uno de sus más firmes valores en los géneros narrativos. Los intentos de sistematización de estos géneros en Extremadura elaborados por Manuel Simón Viola en los últimos años necesitarían ya una ampliación, y en ella, sin duda, estaría el de este escritor placentino, que aparecía listado ya con su primer libro de cuentos, La despedida, en el tomo escrito por Viola de la antología Literatura en Extremadura 1984-2009 que publicó la Editora Regional de Extremadura, la misma que sacó el libro de Javier Morales, y que luego publicó también el segundo, Lisboa, de 2011. Tras su última obra, Pequeñas biografías por encargo, de 2013, aparecen ahora estos Ocho cuentos y medio, en la colección «Sitio de fuego» del sello tinerfeño Baile del Sol Ediciones. (Me agradó mucho la lectura de José Mª Cumbreño en este sello —primero, Límites y progresiones, y luego la reedición de De los espacios cerrados—; también la de uno de los títulos más celebrados de esta editorial, Stoner, de John Williams; y hace nada me ha alegrado que Victoria Pineda me haya regalado su edición y traducción de En la frontera del color, de Charles Waddell Chenutt, que acaba de aparecer publicado por estos mismos editores que están aportando mucho bueno, a pesar de que no acaben de solucionar que se le cuelen las erratas). Quien quiera leer un buen libro de cuentos aquí tiene uno muy medido, equilibrado, en el que todos tienen su valor, su aliciente; aunque parezca que destaque uno sobre todos. Precisamente, el que el autor ha querido colocar al final, «Regreso a Sajalín», el que pone más de manifiesto la advocación a esa divinidad que es Chéjov para todo cuentista que se precie. Y aquí, el que se gloria de serlo, con razón, es Javier Morales. Sus cuentos indician buenas lecturas y aspiran, podría decirse, a lo que dice el personaje de Mónica en «Mosquitos», el séptimo relato: «Lo había leído en un cuento que llegó a sus manos por azar y le pareció maravilloso». Pero, sobre todo, demuestran que se sabe escribir en el género, por la elección del tono y del punto de vista apropiados —una tercera persona principal, pero que en el cuento que lo precisa es primera persona, como en «Más allá de la caverna». También por la resolución de los finales, algunos abiertos —el de «Final del verano», y el del citado «Mosquitos»—, la lectura de la sociedad actual, que llega a partir de un relato que no la destaca, sino que la lee desde lo íntimo, desde lo puramente intrahistórico, como ocurre en «Navidad». Lo único que no me parece afortunado es el título. A pesar de que la «Nota del autor» avisa que «el título promete ocho cuentos y medio cuando solo hay ocho. Entiendo que el medio cuento que falta es el que crea cada lector después de haber llegado a la última página». La cuenta me parece discutible —¿medio más tras la última página del conjunto o tras cada una de las que cierra cada pieza?—; pero lo que no me parece bien es que como la otra singularidad de este volumen es que incluye un cuento que no es de Javier Morales, que es, como epílogo, de Gonzalo Calcedo, un lector como yo puede creer que el medio cuento es el de Calcedo, ya que el libro está compuesto por ocho cuentos y uno más como epílogo. Y no, porque el epílogo, el cuento «Caídos del cielo» —recordé de inmediato el título de una novelita de Ray Loriga de los noventa— es un broche de altura a este libro espléndido de Javier Morales Ortiz de ocho cuentos y punto.