Ésta es la adaptación cinematográfica de la novela homónima que Fabián Casas publicó diez años atrás. Hay otro dato literario, fundamental: el joven protagonista dedica parte de su tiempo (ocioso) a leer El primer hombre de Albert Camus.
Resulta evidente la impronta existencialista -porqué no camusiana- de este relato. Por un lado, la aparente abulia de Andrés recuerda la indiferencia del condenado y ajusticiado Meursault. Por otro lado, los parlamentos lacónicos evocan la influencia de una prosa asociada a la metáfora de radiografía social (sobre todo barrial y generacional).
La actuación del desconocido Nahuel Viale y la fotografía de Agustín Mendilaharzu son quizás las mayores virtudes de una propuesta que flaquea un poco, por algunos agujeros negros en el guión (¿qué pasó con la visita del protagonista a un departamento… para alquilar?) y por una banda sonora por momentos irritante (al menos para quienes no sabemos apreciar a los “grandes héroes del indie nacional“).
Más allá de estos reparos, vale celebrar el estreno de Ocio por dos motivos principales. El primero: como Mariano Llinás con Historias extraordinarias, Villegas y Lingenti se arriesgaron a filmar sin financiación, condicionamientos, limitaciones institucionales (ni del INCAA ni de empresas privadas). El segundo: el feliz contexto de un Cosmos ¿definitivamente? recuperado.