Ockham, los presocráticos y San Anselmo

Por Daniel Vicente Carrillo



El axioma "de la nada nada sale" no es lógicamente demostrable, pero sí apagógicamente, pues su negación conduce a consecuencias ilógicas, como que algo existente pueda tener las mismas razones para existir que para no existir. Quien opine que el planteamiento es impertinente prejuzgará que el conjunto de lo que existe posee igualdad de rango en el orden de la existencia. Esto es a todas luces falso. Nadie duda que lo anterior da lugar a lo posterior y lo simple a lo complejo. Mi padre tuvo más razones para existir que yo, es decir, necesitó menos razones para lograrlo, puesto que las mías presuponen las suyas, mas no a la inversa. A su vez, el hidrógeno gozó de prioridad de existencia respecto al agua, que es un compuesto entre éste y el oxígeno. Con todo, la razón primera de la existencia nos resulta desconocida -esto es, la preferencia del ser sobre la nada- y o bien la atribuimos a una causa final inmutable (la voluntad de Dios), o bien negamos que quepa una posibilidad al ser para no ser, declarándolo necesario (la eternidad del universo). Sin embargo, esto último requiere una prueba lógica de la que carecemos (la que demuestre el absurdo de concebir un universo contingente), por lo que optar por lo primero en ausencia de la misma parece lo más racional.
Aceptada la ley metafísica por la cual cuantas menos razones se necesiten para existir, más razones se tienen para existir, deducimos que los elementos más simples y antiguos reúnen las máximas probabilidades de llegar a ser. Esta probabilidad se convierte en certeza absoluta respecto al ser más simple y antiguo concebible, a saber, el espíritu puro y eterno: Dios.