Maniatado y de rodillas ante la zanja abierta aún tuvo tiempo de pensar por un instante en los suyos, en lo desamparados que iban a quedar a merced de estas alimañas hambrientas. Cristianos que no entienden de compasión ni de perdón. Tuvo ganas de llorar. No por él, sino por los suyos. Pero fue incapaz de fabricar nuevas lágrimas. Luego oyó una orden tras la que sobrevino una descarga de fusiles, acompañada de un golpe seco, de un crujido. Y una nube espesa, llena de oscuridad y muerte, irrumpió en su cabeza. Después todo fue silencio.
El sol rojizo comienza a ocultarse en el horizonte. Cae la tarde. Fragmento de un capítulo de "En la frontera", un pdf de descarga gratuita.