Octubre: otoño, nuevo curso académico, Bicentenario, crisis, profesores, meteorología...

Por Cuadernodecadiz

Otoño en Cádiz, vuelven las lluvias

El otoño ha llegado con las primeras lluvias

http://www.lavozdigital.es

Y nosotros regresamos a nuestros profesores y sus mágicas palabras en estos tiempos de total incertidumbre

Oscurece despacio en este otoño

y el murmullo que trae suena a frío,

o a promesa de frío deseado.

De pronto ser de noche sabe a naúfrago,

que reclama la luz desde su noche

igual que un pájaro caído

antes del vuelo. Aún se asombra

y el mundo bulle lleno y ella siente

que es una extraña en él. Se ha acurrucado

igual que entonces en la cama;

sin atreverse a dar la vuelta

-tal vez así la vida no le embista-.

Hoy pediría como entonces

la voz del padre protectora

como escudo que llega de otro cuarto

"Duérmete" y suena a firme

sortilegio que espanta las tinieblas

que le cubre los hombros y la acolcha.

(De Igual que lava oscura, ed. Renacimiento,2008, págs. 30-31)

Ahora que tenía tanto tiempo, el hombre empezó a mirar las cosas de otro modo. Por fuera mantenía una vida normal en el nuevo orden, se afeitaba, respetaba las horas de comida, antes de acostarse dejaba preparado el café para el desayuno, madrugaba junto a su mujer. Había aprendido a asumir las nuevas tareas con aparente naturalidad. Le habían aconsejado que dejara de escuchar los informativos, pero estaba acostumbrado a despertarse con las noticias de la radio, y en vista de su buena aceptación de los hechos, ella había terminado cediendo, seguían despertándose con los noticiarios.

Son las siete, las seis en Canarias. Continúa la tragedia. Otra etapa en la crisis. Recapitalización. El director de una sucursal intenta atracar su propio banco. La investigación ha dado un giro, dirigiéndose ahora al círculo familiar más cercano.

En su interior, en cambio, se revolvía el desorden. Cuando oía el golpe de la puerta y se sabía solo, sentía que el día iba a tragárselo. En la apenas rota oscuridad del amanecer, el hombre empezaba a correr por el largo pasillo hasta que lograba alcanzar el dormitorio y la cama, y se metía en ella como feto encogido, tapándose por completo, aunque hiciera calor; noche eterna, uterina, las gotas de sudor naciéndole en la frente y en el interior de las manos cerradas protegiendo el pulgar. Desde lejos se oía el murmullo de voces apagadas, la alarma de la radio, que volvía a saltar si nadie hacía nada por evitarlo. Y él no hacía nada.

Para impedir la renegociación de la deuda. Los bancos que no puedan encontrar el dinero en el mercado acudirán a los fondos públicos. La canciller. Se cumplen cuatro días de la desaparición de los niños. La NBA retrasa por dos meses el inicio de la liga.

Hasta que no podía respirar. Lentamente entonces iba naciendo de las sábanas, de la colcha, abriéndose a la ya más clara mañana, que amenazaba por las rendijas de la persiana. Poco a poco, aún sin levantarse, gestionaba los plazos, cuánto podía apurar para que diera tiempo a hacer la pequeña compra, a ventilar el cuarto, a preparar la comida antes de que ella volviera y registrara en su cara algún signo de alarma. Su mujer se había empeñado unos meses atrás en que acudiera a un taller de escritura, recordándole sus viejos deseos de ser escritor. Un día la profesora le sugirió un ejercicio, que se tumbara en el suelo o se agachara para ver las cosas de forma diferente. En la casa vacía, el hombre se tendió de lado. Vio el zócalo, la borra inesperada debajo de la silla, la imperfecta geometría de las losas, vio hormigas. No regresó al taller, no escribió ni una línea, pero se acostumbró a pasar muchas horas en el suelo, de lado, tal vez hoy también. Más tarde. Aún era temprano, el hombre se revolvió en la cama buscando otro acomodo. Le molestaba la ropa, así que fue desnudándose debajo de la colcha, el pantalón, la camiseta, el slip; empujó los bultos con los pies hacia el fondo de la cama. Rozar esos despojos, sentirlos allá abajo como muda de serpiente, era agradable. El hombre percibió su desnudez sudorosa, caduca, la tibieza del sexo inservible. Volvió a cubrirse la cabeza. Volvió a faltarle el aire al rato. El hombre se destapó y de un salto abandonó la noche y sus detritos.

Son las siete, las seis en Canarias. Recapitalizar la zona euro. Cinco días sin saber nada de los niños, la policía ha dejado de rastrear el río.

Oyó el golpe de la puerta, pero esta vez no volvió a acostarse. La mujer le había hecho un extraño encargo la tarde anterior y él iba a cumplirlo. Había visto el mueble por Internet, una cómoda roja que le resultaba imprescindible, le había pedido que fuera a comprarla y él había aceptado con normalidad, porque él era un hombre completamente normal. Así que esa mañana, nacida con un fin preciso, sin el horizonte del no hacer, ni siquiera pensó en acostarse o en ponerse de lado, como todos los días. Decidió esperar un poco para que no le cogiera la hora punta, la tienda no abría antes de las diez y por la autovía no iba a tardar mucho más de media hora en llegar, si evitaba el tráfico. Empezó a afeitarse. El espejo le devolvió el enjuto engaño de su rostro. Allí dentro estaba el hombre que solía ser. Cedió a la tentación de encender la radio que reposaba en la encimera del lavabo. Otra vez la voz, millones de niños en el umbral de la pobreza. Giró el dial hacia un oboe solitario.[...]

Ya no recordaba aquel trecho de niebla, la bruma que solía formarse en esa carretera algunas mañanas. Encendió las luces pensando en la oportunidad ambiental -el nombre de la avenida de su destino era Escandinavia-, e imaginó un páramo de nieve muy blanca al final de la niebla, un paisaje fríamente consolador. Las luces rebotaron contra algo reflectante que se movía en el arcén de la derecha. El hombre aminoró la velocidad. Alguien caminaba por la autovía con el brazo izquierdo levantado, haciendo autostop. Vestía pantalones pirata, una sudadera gris con la capucha levantada y, encima, un chaleco de cuero y dos bufandas. La mochila al hombro. Contra toda prudencia el hombre paró el coche y lo dejó subir. Vio entonces el cinturón con colgajos insólitos -una bola, de acero quizás, un pequeño guante de boxeo, unos guantes de lana, una bolsita de cuero, un encendedor, conchas engarzadas-, los brazos llenos de pulseras de todo tipo, los dedos cubiertos de anillos y, al cuello, una gigantesca vieira. Al entrar, el autostopista le dio las gracias con acento extranjero y se acomodó en el asiento. ¿A dónde iba? Adelante, respondió, siempre adelante. Le vio hurgar en un bolsillo del pantalón y sacar una especie de mapa. El Camino de Santiago lejos, le comentó el hombre al poco. No, no, Camino Santiago, no, Camino Shell, dijo el peregrino, y señaló con la uña mugrienta un lugar en el mapa, en aquel mapa con vieiras que marcaban las estaciones de servicio; la gasolinera señalada estaba en la misma Escandinavia. OK, dijo el hombre, riéndose de la coincidencia, OK, yo también. ¿Tú Shell? No, yo también Escandinavia. Bach dio paso a un estruendo orquestal y el hombre buscó otra emisora para llenar el posible silencio o para silenciar aquella extraña charla.

Los diecisiete países dan el visto bueno para el rescate de la zona euro. El plan tampoco convence a los mercados. El caso, por ejemplo, de Liechestein, paraíso fiscal. Ha finalizado el rodaje del anuncio de la Lotería de Navidad.

Al rato las señales le indicaron la salida. Grandes carteles anunciaban la tienda, se preguntó si la gasolinera estaría antes o después, y se preguntó qué haría el peregrino cuando llegara allí. Ahora comenzaba un serpenteo de carreteras hacia los locales comerciales. La estación de servicio apareció ante ellos, con su vieira sagrada. El peregrino la señaló con el índice de la mano derecha y el hombre se detuvo. Liechestein, no hay Liechestein, gritó a modo de despedida. Lo vio dirigirse hacia el lugar donde se erguía el emblema, dar cabezazos en el panel rojo que lo sostenía y ponerse de rodillas en oración; después se dejó caer en el suelo con los ojos cerrados. El hombre arrancó el coche.

Le sorprendió la pulcra inmensidad de la entrada. A su disposición habían dejado revistas, lápices y papeles, como quinielas o papeletas para una urna futura, regalos de bienvenida, ahora que ya no se regalaba nada. Aunque sabía el código del producto, y según su mujer lo único que tenía que hacer era ir al almacén, el hombre se dejó guiar por unas flechas que marcaban perfectamente un camino, un futuro. Hacía allí iban también los demás, muchos, pensó, para la hora tan temprana, sin ser día festivo.[...] Era agradable. Siguió la flecha. Accedió a otra habitación, que en realidad era la misma con variantes, de colores, de estilo, de disposición, y luego a otra y a otra. Variaciones caserogolberg. En una de ellas tres señoras hablaban tranquilamente sentadas en el sofá, pensó si también formaban parte del mobiliario.

En una estantería habían dejado un catálogo. Se sentó en un confortable sillón de cuero blanco con cojines negros y lo empezó a hojear. Allí estaba todo en miniatura. Fue pasando las páginas y llegó al dormitorio de estilo japonés en que se encontraba. En la revista, un hombre de su edad, no más de cincuenta, leía tranquilamente sentado en la cama que quedaba justo enfrente de él. Tenía el pelo corto, canoso, un jersey negro que dejaba asomar una camiseta blanca en el breve escote, pantalones marrones, zapatos negros de punta sobre la misma alfombra mullida de un blanco roto que rozaban sus pies. Quizá lo que leía era el mismo catálogo. Las cosas parecían en paz allí dentro, con un sentido, con un orden, con luz natural. El hombre se levantó del sillón y se colocó encima de la cama, justo en la posición de la revista, sobre el edredón de color crema. Volvió a abrir el catálogo. Usted tiene derecho a dormir bien, decía aquella página. Usted tiene derecho a dormir bien. No debía haberlo hecho, pero miró hacia arriba, por encima del horizonte del catálogo, hacia el lejano rumor que sentía crecer desde los cuartos de baño. Dos vigilantes de seguridad, seguidos de una pequeña comitiva, iban acercándose. Tiene derecho a dormir bien. El hombre se levantó despacio y destapó la cama con esmero, despejando primero los cojines, luego la colcha encimera a rayas. Antes de cubrirse la cabeza pudo ver que en la mesilla no había ninguna radio. En la noche sudorosa el hombre cerró los ojos y se empezó lentamente a desnudar.

http://www.grundmagazine.org/2012/nievesvazquez-estadodelbienestar/

FRAGUA DE VULCANO (Y BRINDIS)

A Bertrand Tavernier ( Hoy empieza todo), en la Escuela de Frankfurt

Poi s´ascose nel foco che l´affina

A mis alumnos sólo pediría

Día a día, Vulcano, deforme y sudoroso,

ha herrado sus cabezas para

hacer su pensamiento al paso del saber,

que es noble y libre, sí, pero costoso,

los potros se escabullen,

Se hace lo que se puede. Luego,

no depende de mí el trote de la ambición

o el galope celeste. Mi oficio se ejecuta

sin excepción: aunque yo los distinga

(el ojo no es infalible, pero va sabiendo),

rocines o pegasos, al fin, caballos son.

El hierro es duro. Su sabor es dulce.

A nada se parece tanto como a la sangre.

La fragua lleva tiempo. El mineral existe,

existen los metales, sin duda existe el fuego.

Pero nadie regala martillos, herraduras,

cedazos, fuelles, músculos,

golpes, clavos, paciencia.

cansancio, mis oídos fragor y mis noches

vigilias. A veces juraría

que van a estallar mis sienes. Yo también

me equivoco. Más que nadie

no era mi sitio el yunque. Quizá también por eso,

al cabo de los años el herrero agradece

( Se canta lo que se pierde: lorito,

lorito verde, buenos días)

el belfo cariñoso que libremente acerca

algún que otro caballo. (No hay horno que no acuse

las horas descompuestas, la tórrida ternura

No sólo lleva tiempo: la fragua es el tiempo

que va aprendiendo a arder.

del cielo: hay rayos que se caen,

también hay Prometeos, pero el fuego

no prende, no se queda en la blandura

de los húmedos sesos de las algas.

Palabra de Vulcano, oh, alumnos.

(¡Eh, tú, el forjador de alegorías!

Ve apagando el volcán, que pintan copas.

Ya están aquí los idus de septiembre.

Llueve su desaliento sobre mi corazón.

¿O era al revés ? Mi desaliento llueve...

Da igual: ponle otro vino a este maestro.

Y otro. Y otro más. ¡A tu salud!).

Ana Sofía Pérez-Bustamante Mourier, Mercuriales

También nos reencontramos con los libros y el Bicentenario

Las 'personaslibro' llenarán este domingo el Oratorio de San Felipe Neri de 'Palabras para la libertad'

El Oratorio San Felipe Neri acogió un encuentro de las asociaciones de personaslibro y personas lectoras de Andalucía que, bajo el nombre de 'Palabras para la libertad', ofreció lecturas y narraciones de textos diversos que comparten el mismo espíritu que la Constitución de 1812: la reivindicación de derechos civiles y libertades.

El escenario donde se fraguó la Carta Magna gaditana servió en esta ocasión para escuchar más de treinta textos breves de autores tan diferentes como Eduardo Galeano, Pío Baroja, Cervantes o Luis Cernuda, elegidos por este grupo de asociaciones que se dedican a realizar narraciones o lecturas de libros a través de la palabra vinculada.