Octubre es un mes bisagra, de tránsito entre los secos calores del verano y el frío húmedo del invierno, entre la luz deslumbrante de los días de la canícula y las penumbras de los cielos encapotados que adelantan la noche en los días menguantes del otoño. Se agota octubre entre la desesperanza de sus horas y el desasosiego de un año empeñado en entristecer a la gente, despojándola del consuelo de la salud y el trabajo con los que se sujetan la felicidad de las familias y las promesas de futuro de los hijos. Octubre muere hoy con anuncios de nuevos recortes que sentencian a la intemperie a quienes prefirieron la estabilidad del empleo frente a las retribuciones acordes a la formación exigida. Octubre sucumbe derrotado por el mayor número de parados en la historia reciente de este país, condenado por los avariciosos de la economía y gobernado por sus lacayos de la política, miserables que especulan con los sueños de los desposeídos y confiados, con los ingenuos que vuelven a andar caminos de estrecheces e incertidumbres que creían superadas. Hoy finaliza octubre, pero sus negros augurios continúan tiznando de penas el ánimo de los que arrancan apesumbrados la hoja del calendario.