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- Dihculpe señorita, ¿sabe uhté dónde ehtá el ayuntamiento?Fue así, hijo mío, como conocí al dueño de Regulus Rex, un joven gaditano con sombrero de paja, camisa entreabierta y pelo en el pecho que se paseaba por el pueblo con aires de bandolero del sur.
Nos dirigíamos a la casita de pueblo que yo había alquilado para nosotros aquel año. Era una construcción de piedra con un hermoso balcón por el que trepaban enredaderas, jazmines y geranios. Dos farolas inglesas sobresalían de sus costados como las dos distinguidas y elegantes orejas de un ilustre infanzón y enfrente, la pequeña cascada de una fuente de piedra salpicaba musicalmente sus murmullos de frescor y silencio.
Al indicarle el camino a seguir hacia el ayuntamiento, pude ver en su mirada una luz indecisa y cálida que en una fracción de segundo ondeó entre nuestra casa y tu cochecito. Al posarse en mis ojos supe que habíamos engatusado los suyos y, atraída por una antigua familiaridad, sentí el impulso de invitarle a pasar. Sorprendida de mi propio atrevimiento, contuve enseguida mi ánimo transformando mi invitación en una nueva pregunta.
- ¿Está usted de vacaciones en el pueblo?
Iniciamos de esta manera una conversación que se prolongó durante nuestro paseo a orillas del mar con la misma fluidez de las aguas en aquella mañana de septiembre.
Era un día azul, ligero y transparente. Gorriones, gaviotas y palomas se secaban las alas en las fuentes o revoloteaban en los jardines con las primeras hojas secas del otoño incipiente, y las olas de la bahía arrastraban destellos tan luminosos que parecían estrellas flotando en el océano.
Hablamos de viajes, de jazz, de perros y gatos. Nos contó que era estudiante de veterinaria y aprovechó la coyuntura para mirarle los dientes a un perro ovejero que nos cruzamos por el camino. De vez en cuando miraba tu cochecito desde cuyo interior tú iluminabas su rostro con el reflejo de tu encantadora sonrisa.
Al despedirnos intercambiamos nuestros números y las conversaciones se prolongaron así durante un tiempo impreciso.
Me habló de San Fernando y de la bahía de Cádiz, de bichos y ukeleles y de un hormiguero del que había sido propietario en otros tiempos. Le gustaban los caballos, el fuego y el cielo y tenía varias constelaciones y estrellas a su nombre. Firmamos un contrato para llevar a su tierra nuestra poesía y durante unos días pude imaginarme saboreando salmorejo y deliciosos "bienmesabe" que son los pehcaitos más ricos de la Isla de León que lleva tu nombre.
Tenía una voz de domador de caballos y cuando hablaba sonaba un rumor marítimo al fondo de su garganta como si llevase el océano en los pulmones.
Al hablar se comía las eses, alargaba las vocales, decapitaba las sílabas y subía y bajaba el tono de la misma manera que las notas de su guitarra.
Te regaló una de sus estrellas y nos compuso una melodía flamenca que titulamos Oda a Regulus Rex en honor al astro. Me pidió tocarla juntos un día y al decirle que yo no sabía tocar música me dijo que no importaba porque la música si sabía tocarme a mí, que él lo había visto.
Si un día vuelve a pasar por debajo del balcón de nuestra casa ya no contendré mi impulso. Le abriré la puerta, le invitaré a penetrar su interior y una vez saciada su curiosidad le pediré que no se vaya sin habernos dejado su estrella.
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Como te iba diciendo quillo, ese universo de ahí arriba eh una caja de música.Exactamente como el de aquí abajo. Tu madre te dirá que la poesía, la literatura y lah palabrah son el lenguaje supremo del alma, pero yo no ehtoy de acuerdo. Quien conoce el sonido lo conoce todo. Cada persona tiene su propio son y por las venah de todos nosotros corren notas de música. Veráh, yo creo que tú suenas como yo, es por ello que sentí una conexión ehpesial cuando te vi en tu carrito.
¿Veh ese lugar del cielo que te ehtoy señalando? Pues ahí mihmo, ahí mihmito, hay una estrella que se llama Corazón de León y que no es sólo la estrella más poderosa de toa la octava ehfera, sino que además es la estrella alfa de la constelación de Leo que es mi signo y eh tu nombre.
Esa estrella es tuya chiquillo. Eh un regalo que prometí a tu madre cuando la conocí. Fue en el año de tu nacimiento y en el mes de septiembre que es el único mes en el que se puede contemplar a Regulus a primera hora de la noxe. Así que has de prometerme que cuando mireh al çielo y veah tu estrella vas a escuchar bien su sonido porque es ahí, en el centro del corazón del león, donde suenan alegreh las notas de una guitarra ehpañola de la bahía de Cádiz.
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Ilustración de la autora