¿Qué te iba a contar yo…? Ah, sí, perdona, que acabo de leer el título. Eso, lo de la infusión.
Pues resulta que estaba ordenando yo (sí, aunque suene raro) un mueble de la cocina el otro día y, en el fondo de las cajas de infusiones y yerbas varias, me encontré una cajita repleta de mis bolsitas más amadas, de esas con sabor amargo y olor dulce que solo se vendían en las tiendas más gourmets, ya sea en el Día de aquí al lado o … en el día de aquí al lado. Una reliquia que ya no encuentro ni en el… Día de aquí al lado. Sin duda, mi primer regalo navideño.
Su nombre no le hace justicia, Té Belleza le dicen… El pobre mío siempre es mofa de las más absurdas trivialidades siempre que lo ofrezco a mis más selectos conocidos o hago alardes de sus virtudes.
“Los tés, hija, son tés, no milagros…” o “¡A ver qué cosas te tomas con ese nombrecito!” o “¡Belén, qué cosas tienes!”
Pero la cosa es que los tés si sacan sonrisas, reúnen pensamientos o nos mantienen calientes (sí, aún existe inocencia en esa palabra): hacen milagros. Ya sean verdes, con extracto de vainilla o traídos de la mismísima tienda del hindú más cercano, producen en mi ser una sensación amor-odio difícil de igualar. Mi té belleza me reconforta el alma y amarga mis sentidos; es sobrio en su aspecto, pero rico en su sabor. Embellece el minuto en que lo bebo, me quemo la lengua y sueño con soplar y volver a hacerlo…
Esta retaila va dedicada a los que pretenden beber el culito (o culazo) olvidado y helado junto al ordenador y hacen una mueca extraña en su encuentro; a los que acumulan tazas; a los que le ponen tapa; a los que no; a los que tienen mil teteras y los siguen haciendo en bolsitas porque no tienen tiempo; a los que hacen las teteras pero prefieren las bolsitas; a los que les sienta mejor que el café o a los que, simplemente, les transmite a algún lugar de su presente.
Porque, ¿por qué no?, también mi té belleza se merece un reconocimiento… Porque lo vendan en los Mercadonas del mundo. He dicho.