Por Nuria de Espinosa
Miré la luna y observé las estrellas, me sentí cómo brisa marina, y al instante me encontré, perdida entre el silencio y la fusión del fuerte oleaje y la fresca espuma del mar. Comprendí que no era la ataraxia de un recodo de mi mente, si no, quizás la efimera pesadumbre que albergaba en el fondo de mi alma como una espina que te desgarra. Qué efímero el camino de luz que deja la luna al reflejarse en el agua, y el arrebol que sonámbulo camina dormido, y alargalos brazos hasta llegar a la luz tenue de tonos rosados que precede justo antes de la salida del sol. Sólo un acendrado logra conseguir tantas sensaciones en una sola noche sin prosa ni letras, y llega a comprender que no es un sueño ni una pesadilla; sino la vida misma que interfiere en las páginas en blanco y deja que las palabras fluyan en tu interior.