Odiarnos no funciona – @CarlosAymi

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Si quieren un cuento bonito, búsquense otra historia.

Poco antes de que entre por la puerta pienso que odiarnos no funciona, pero alivia y es mucho más fácil que el perdón. Se dijo que si ojo por ojo, el mundo se quedaría ciego, pero lo cierto es que no creo que haya demasiadas cosas buenas que ver.

Según la RAE, odiar es tener odio, y odio es antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea. Así la definición, odiar sale fácil y hasta barato, pues la antipatía se regala y de aversiones, que no es otra cosa que rechazo, está el mundo lleno.

De mí se puede decir que odio de verdad, sin medias tintas, sin mesura, sin remedio. Odio por ejemplo a los políticos, aunque eso es fácil. Odio los amaneceres, porque me recuerdan que tengo otro día más por delante. Y por odiar, odio hasta el mar, ¿cómo no hacerlo? El mar se llevó a Marta un día de julio que no quiero recordar, pero que no dejo de recordar a cada rato.

Por supuesto, a quien más odio es a mí mismo y aunque recalco que odiar no funciona, sí diré que me sobran los motivos. Solo mi exmujer me odia con más fuerza de lo que lo hago yo. Me acusa de ser el responsable, me achaca negligencia de padre en aquella mañana en la que perdimos a nuestra hija. Y es verdad.

Muchas veces, desde aquel fatídico día, he pensado en quitarme de en medio, pero no merezco una salida fácil. Supongo que también cargo con la responsabilidad de mi trabajo, ¿adivinan? Una opción sonrojante sería escritor de tarjetas de auto ayuda estilo Mr Wonderful, pero no, es uno un poco más serio, aunque igual de paradójico. Soy terapeuta especializado en trastornos de ansiedad y depresión severa. Dirán que es un tópico eso del psicólogo trastornado. Y dirán bien.

Sin embargo, soy un buen psicólogo, reputado por mis artículos clínicos y con una tasa de recuperación alta en mis pacientes. Lo que no sirve para mí, que al menos sirva para otros… Ella siempre es puntual por lo que estará a punto de flanquear la puerta del despacho. Repaso una vez más mis fichas y su historial.

Mientras lo hago trato de alejar de mí la sensación de ser como un sacerdote sin fe, como un fanático sin dios, como un fascista sin patria, como un abogado sin ley, como un filósofo sin razón, como un cómico sin humor… Y más me vale que de verdad logre apartar toda esa mierda.

Ella también se llama Marta, sus problemas empezaron a la misma edad que mi hija cuando se ahogó y hasta ahí llegan las coincidencias, pues Martita era pura alegría y esta pobre chica tiene demasiadas cartas en su contra. Pero no duden que daré lo mejor de mí para que salga adelante.

Puedo permitirme seguir odiándome, pero no cuando la fragilidad de mis pacientes depende de mi fortaleza. Marta llama a la puerta, me recoloco la montura de las gafas, adopto el gesto de un tipo serio, razonable, seguro de sí, tranquilo, incluso feliz. Le digo que entre.

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