Iba a escribir sobre un tema súper interesante, de verdad, que me ha propuesto mi señor esposo, que es un tío culto, inteligente y además, escritor… Pero no me veo capaz… Ni de afrontar ese tema (que me reservo para otro momento más inspirado) ni de nada profundo…
Y es que no puedo con el calor, de verdad, es superior a mis fuerzas. Con lo feliz que estaba yo con este tiempo incierto, lluvioso de vez en cuando, en el que una chaquetita, rebeca, chal o fular siempre era de agradecer. Hoy ese bienestar propio se acabó, comenzó el estío de verdad, el sol se ha despertado y empieza a calentar de lo lindo. La gente de bien busca la sombra y las fuentes y yo no doy pie con bola. Empieza la canícula y yo sólo quiero estar tumbada, mirando al techo, con un refresco de cola al lado (mientras no me paguen publicidad no escribo la famosa marca) Con lo que a mí me gusta leer, es que hasta pasar las páginas me cuesta. Fuera libro, fuera revistas, adiós tejer o coser… sólo permanecer tumbada mirando al infinito.
Pero este aplatanamiento supremo no es lo peor, lo que peor llevo, pero sobre todo, peor llevan los de mi alrededor, es el mal humor que se me pone, que no hay quien me soporte. Vamos, que no me aguanto ni yo, es como que estoy incómoda en mi propia piel, no me encuentro, no me encuentro.
Este año, además, no tengo vacaciones de ningún tipo, es más, he dado vacaciones a la gente que me echa una mano con la enfermedad de mi marido, así que encima me toca pringar más que el resto del año… El verano es maravilloso, claro que sí, si te pilla en una playa, tumbada en una hamaca debajo de una sombrilla, pero el verano en tu propia ciudad (en otras también mola, el turismo urbano es lo que más me puede gustar del mundo) para mí es el infierno en la tierra.
Pues eso, que os dejo para tirarme en el sofá… Y no hace falta que me lo digáis… Pues anda que no queda…