Miembro de una rica familia de comerciantes y banqueros florentinos exiliados en Génova, realizó estudios primero en Venecia y luego en Padua, para trasladarse después a la Universidad de Bolonia, donde empezó a estudiar Derecho. Allí también aprendió música, pintura, escultura, matemáticas, filosofía y griego. Como escritor fue muy prolífico, tanto en latín como en toscano, lengua de la que fue ferviente defensor. Fue amigo de Brunelleschi, al que dedicó su Della Pittura, y de Donatello, entre otros. En Florencia trabajó como arquitecto, sobre todo para el comerciante y humanista Rucellai, que le encargó varias obras, entre ellas, en 1446, la finalización de la fachada de la iglesia de Santa Maria Novella, paralizada, desde 1365, en el primer nivel de arcadas. También proyectó el palacio Rucellai y el templete del Santo Sepulcro en la iglesia de San Pancrazio de Florencia. En Rímini proyectó, en 1450, el llamado Tempio Malatestiano, y en Mantua, la iglesia de San Sebastiano.
Alberti fue, además, un importante tratadista. Según él, la función del arquitecto es matemática: crear, dar proporciones. La labor de aparejador la hacen sus discípulos, que son los que resuelven los problemas a pie de obra; el arquitecto es el que la inventa. Además de Della Pittura, escrita en 1436 en Florencia, en 1452 escribió en Roma su De re aedificatoria, un tratado sobre arquitectura que influyó en las bases de la construcción renacentista. El término concinnitas, que él usa en dicha obra y se puede traducir como «la justa proporción», cuando no sobra ni falta nada, es el concepto que hace que se vea algo bello aunque no sepamos el porqué.
Francisco Martín Casalderrey. La burla de los sentidos. El arte visto con ojos matemáticos. RBA Editores. 2010