El presente nunca fue muy justo con la Historia; es difícil recontruir los hechos mientras están sucediendo. La subjetividad, la manipulación, la perspectiva de cada vivencia, hace imposible un análisis calmado, libre de las injerencias de nuestro interés particular. Incluso, cuando miramos los acontecimientos ya como un eco del pasado, cada cual parece querer escribir el discurso de la Historia, ajustándolo a la medida de su zapato ideológico. Tienen que pasar los siglos para que ya a nadie parezca importarle mucho si Alejandro Magno fue un imperialista o un visionario; aún así, siempre habrá quien saque a relucir batallas pasadas para justificar las suyas propias.
A veces, mientras escucho a nuestros políticos, imagino cómo interpretarán generaciones venideras su retórica y sus acciones. Si verán en ellas la inconsistencia o el acierto con el que nuestros contemporáneos las juzgan. Intuyo que lo que para nosotros hoy es una urgente necesidad, nuestros nietos lo verán como un sinsentido y nos juzgarán duramente por haber sino tan autistas, tan entregados a nuestro solipsismo, tan ciegos, tan insensatos. O no, quizá ellos caigan en iguales errores, no sepan aprender de nuestra impericia y arrastren el peso de nuestros actos como herencia para sus hijos. Ójala que no, que me equivoque y la sensatez, el sentido común, la sensibilidad social, el sentimiento de pertenencia y de cuidado de lo colectivo, no desaparezca en ellos. Ójala.
Ramón Besonías Román