Ojitos

Publicado el 13 abril 2019 por Carlosgu82

Me despertó un estallido, de golpe, golpes en mi ventana. Piedras.

“Pensé en subir ahí y observarte hasta que despertaras, te hubieras asustado.”

A media noche, recostados en la cama, noté con extrañeza su presencia; serían mi molestia por la tardanza o mi cansancio por varios días sin dormir, lo creí… hasta el momento en que me encontré con su mirada, entre la oscuridad que se tejía sobre nuestros cuerpos, la oscuridad de la habitación y la oscuridad que sus ojitos me reflejaban. Me preocupé, entonces, necesitaba saber para aliviarle.

La respuesta fue simple, como de simple fue mi pregunta. Estaba todo bien, no pasaba nada; algo de gripe, tal vez. Me tranquilizó saberlo, mientras me limité a ofrecer medicamento que ojalá hubiera tenido en mi habitación… medicamento que él no aceptaría porque “decir que estoy enfermo, es darle poder a la enfermedad”.

Se nos fue corta la noche, ni siquiera estuvimos como acostumbrábamos estar; hasta el cansancio, hasta la última gota de sudor, hasta el último gemido, la última mirada lujuriosa, las últimas sonrisas traviesas, hasta que doliera, hasta la regadera, los 300 besos, un 13 del 1 al 10, las buenas noches y los abrazos más cálidos . Ni cerca.

A la mañana siguiente se me ocurrió perder la costumbre, por segunda vez. No me levanté con los ojos hinchados para acompañarlo a la puerta, para besarle semi desnuda fuera del departamento, para verlo bajar por las escaleras, ni para desearle un buen día; me quedé en cama mientras él se vestía, mientras se iba… se iba.

Se sentó algunos minutos al lado mío, observándome, como hacía de vez en cuando.

– ¿Qué es lo que ves?

– Te ves bonita así, con tus ojos hinchados, cuando acabas de despertar.

Y sonreí, mientras los volvía a cerrar… ojalá mi cansancio y la estúpida indiferencia que me atropellaban de vez en cuando no hubieran estado ahí, no en ese momento.

– ¿No te vas a levantar, te quedarás acostada un rato más?

– Sí, me quedan unos minutos todavía.

Minutos que hubiera podido guardar para más tarde, para la noche, para otra ocasión. Si hubiera sabido… Y es que de saberlo, muchas cosas que no han sido hechas, serían. Pero no. Son cosas de humanos (y unos no muy inteligentes, por cierto)

Me besó, cerró la puerta y salió.

Le extrañaría, pero le vería en la noche, o mañana, pronto.

Hasta que lo supe. No eran la gripe, no era por el malestar físico; su mirada ya me contaba algo más importante, algo que no se atrevió a decir, algo que junto a ese rostro preocupado, y un abrazo tan fuerte y grande que me cubría casi entera, mientras me recitaba un “mía, eres mía” me explicaban.

Se iba… pero no me lo podía decir, se iba, pero no me lo podía explicar, se iba, pero yo no lo podía saber.

Se fue.

“Gracias por tanto – perdón por tan poco.” decían sus letras.