Ojoporojo #6: La Venganza de Don Mendo

Publicado el 15 octubre 2010 por Cosechadel66

Pues vayamos hoy con otro tipo de adaptación, por que no sólo de libros o cómic vive el cine. En este caso nos subiremos a las tablas de madera de un improvisado teatro para admirar una de las obras más divertidas que ha dado el teatro español: La Venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca. La prueba palpable de que el verso puede transmitir sonrisas además de pasión, drama o declamaciones más o menos acertadas. Como prueba, baste decir que es la cuarta obra con más representaciones en España detrás de Don Juan Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño. La obra se estrenó en 1918, y aún no ha perdido un ápice de fuerza.

Su adaptación cinematográfica la dirigió en 1961 Fernando Fernán Gómez, reservándose para si el papel principal de Don Mendo. Lejos de buscar ambientaciones que la alejaran de su origen teatral, Fernán Gómez apostó por la exageración de estos elementos, haciendo a su vez una astracanada de la astracanada que ya de por si supone la obra (El género lo invento Muñoz Seca). El cine como gran teatro. Esto, que puede parecer absurdo, consigue imprimir a la obra un ámbito ideal para desarrollar en toda su plenitud el sentido del humor de los personajes. Si a ello le unimos que los actores lo bordan…. tenemos un clásico del cine español.

Click here to view the embedded video.

RAMÍREZ.– (Haciendo mutis por la galería de la izquierda.)
Pues lo mandan, es razón
que sea muda, ciega y sorda,
pero me da el corazón
que aquí se va a armar la gorda. (Vase. Por la puerta del foro que deja abierta doña Ramírez, entra en escena don
Mendo, apuesto caballero como de treinta años, bien vestido y mejor armado.)

MAGDALENA.– (Yendo hacia él y cayendo en sus brazos.) ¡Don Mendo!

MENDO.– (Declamando tristemente.) ¡Magdalena!
Hoy no vengo a tu lado
cual otras noches, loco, apasionado…
porque hoy traigo una pena
que a mi pecho destroza, Magdalena.

MAGDALENA.– ¿Tú triste? ¿Tú apenado? ¿Tú sufriendo?
¿Pero qué estoy oyendo?
Relátame tus cuitas, ¡oh, don Mendo! (Ofreciéndole una dura banqueta, bastante incómoda.)
Acomódate aquí.

MENDO.– Preferiría
aquél, de cuero, blando catrecillo,
pues del arzón, sin duda, vida mía,
tengo no sé si un grano o un barrillo.

MAGDALENA.– ¡Y has venido sufriendo!

MENDO.– ¡Mucho!… ¡Mucho!

MAGDALENA.– ¿Cómo no quieres, di, que te idolatre?
Apóyate en mi brazo, ocupa el catre
y cuéntame tu mal, que ya te escucho. (Ocupa don Mendo un catrecillo de cuero y Magdalena se arrodilla a su lado. Pausa.)

Ha un rato que te espero, Mendo amado,
¿por qué restas callado?

MENDO.– No resto, no; es que lucho,
pero ya ya mi mutismo ha terminado;
vine a desembuchar y desembucho.
Voy a contarte, amor mío,
la historia de una velada
en el castillo sombrío
del Marqués de Moncada.
Ayer… ¡triste día el de ayer!…
Antes del anochecer
y en mi alazán caballero
iba yo con mi escudero
por el parque de Alcover,
cuando cerca de la cerca
que pone fin a la aberca
de los predios de Albornoz,
me llamó en alto una voz,
una voz que insistió terca.
Hice en seco una parada,
volví el rostro, y la voz era
del Marqués de Moncada,
que con otro camarada
estaba al pie de una higuera.

MAGDALENA.– ¿Quién era el otro?

MENDO.– El Barón
de Vedia, un aragonés
antipático y zumbón
que está en casa del Marqués
de huésped o de gorrón.
Hablamos… ¿Y vos qué haceis?
Aburrirme… Y el de Vedia
dijo: No os aburriréis;
os propongo, si queréis,
jugar a las siete y media.

MAGDALENA.– ¿Y por qué marcó esa hora
tan rara? Pudo ser luego…

MENDO.– Es que tu inocencia ignora
que a más de una hora, señora,
las siete media es un juego.

MAGDALENA.– ¿Un juego?

MENDO.– Y un juego vil
que no hay que jugarlo a ciegas,
pues juegas cien veces, mil,
y de las mil, ves febril
que o te pasas o no llegas.
Y el no llegar da dolor,
pues indica que mal tasas
y eres del otro deudor.
Mas ¡ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!

MAGDALENA.– ¿Y tú… don Mendo?

MENDO.– ¡Serena
escúchame, Magdalena,
porque no fui yo… no fui!
Fue el maldito cariñena
que se apoderó de mí.
Entre un vaso y otro vaso
el Barón las cartas dio;
yo vi un cinco, y dije «paso»,
el Marqués creyó otro el caso,
pidió carta… y se pasó.
El Barón dijo «plantado»;
el corazón me dio un brinco;
descubrió el naipe tapado
y era un seis, el mío era un cinco;
el Barón había ganado.
Otra y otra vez jugué,
pero nada conseguí,
quince veces me pasé,
y una vez que me planté
volví mi naipe… y perdí.
Ya mi peculio en un brete
al fin me da Vedia un siete;
le pido naipe al de Vedia,
y Vedia me pone una media
sobre el mugriento tapete.
Mas otro siete él tenía
y también naipe pidió…
y negra suerte la mía,
que siete y media cantó
y me ganó en la porfía…
Mil dineros se llevó,
¡por vida de Satanás!
Y más tarde… ¡qué sé yo!
de boquilla se jugó,
y se ganó diez mil más.
¿Te haces cargo, di, amor mío?
¿Te haces cargo de mis males?
¿Ves ya por qué no sonrío?
¿Comprendes por qué este río
brota de mis lagrimales? (Se seca una lágrima de cada ojo.)
Yo mal no quedo, ¡no quedo!
¡Quién diga que yo un borrón
eché a mi grey que alce el dedo!…
Y como pagar no puedo
los dineros al Barón,
para acabar de sufrir
he decidido… partir
a otras tierras, a otro abrigo.

MAGDALENA.– (Ocultando su alegría.)
¿Qué me dices?… ¿Vas a huir?

MENDO.– Voy a huir, pero contigo.

MAGDALENA.– ¿Perdiste el juicio?

MENDO.– No tal.
Resuelto está, vive Dios.
Y si te parece mal,
aquí mesmo, este puñal (Saca un puñal enorme.)
nos dará muerte a los dos.
Primero lo hundiré en ti,
y te daré muerte, sí,
¡lo juro por Belcebú!
y luego tú misma, tú,
hundes el acero en mí.

MAGDALENA.– (Ocultando su miedo.)
Es que tú puedes pagar
con algo… que alguien te preste…
y luego para medrar
puedes partir con la hueste
que organiza el del Melgar.
Y yo aquí te aguardaría
y al Conde prepararía,
y al volver de tu cruzada
nuestra unión sancionaría.

MENDO.– ¡Calla!

MAGDALENA.– ¡Sí!… ¿Qué piensas?

MENDO.– ¡Nada!

MAGDALENA.– ¡Salvado, don Mendo, estás!
Pagas las deudas, te vas,
luchas, vences y al regreso
loca de amor me hallarás
aquí.

MENDO.– ¡Nunca!… ¡Nunca!…

MAGDALENA.– ¿Y eso?

MENDO.– Porque… ¿cómo a pagar voy?

MAGDALENA.– ¿Cómo? (Se dirige a un mueble y saca un estuche de orfebrería.)
Si ya tuya soy
y lo mío tuyo es… (Le da el estuche.)
este collar que te doy
has de aceptarlo, Marqués.

MENDO.– ¡Dios santo!

MAGDALENA.– Ve mi intención,
de rodillas te lo ruego,
véndelo, paga al Barón,
tu honor salva, y parte luego
a unirte al rey de Aragón.

MENDO.– (Dudando.) Es que…

MAGDALENA.– Todo está arreglado.

MENDO.– Pero mi honor…

MAGDALENA.– No comprendo…

MENDO.– Temo que algún deslenguado
lo sepa, y diga: don Mendo
es un vil y un deshaogado,
que se pizca de aprensión
aprovechó la ocasión
que él creyó propcia y obvia
y pagó a cierto Barón
con alhajas de su novia.
Y me anulo y me atribulo
y mi horror no disimulo,
pues aunque el nombre te asombre
quien obra así tiene un nombre,
y ese nombre es el de… chulo.

Comparte Cosechadel66: Facebook Google Bookmarks Twitter