Ultimamente he estado repasando los 7 pecados capitales. No sé si con el afán de pecar menos, o muy al contrario de darme a la perdición definitivamente. La cuestión, es que entre ellos no aparece el pecado de la imaginación. Y claramente es un vicio, un mal vicio.
Recife, capital del estado de Pernambuco, Brasil. La imaginación, con una claridad meridiana, sueña apasionadamente con playas de aguas turquesas y cristalinas, calles de coloridas casas, cielos brillantes y brisa cálida meciendo las palmeras, mientras uno saborea PEREZOSAMENTE una caipirinha al son de una samba. Días de lujo en un hotel tropical. Solamente el nombre, Recife, ya invita a hacer las maletas y salir pitando hacía allí… Dicen algunos que es la pequeña Rio de Janeiro. Por supuesto, y yo soy Sofía Loren. ENVIDIA cochina.
Uno llega a Recife, capital del estado de Pernambuco, Brasil, y la imaginación agacha las orejas ante la realidad. Sudando literalmente a chorros bajo un sol abrasador, ni una sola palmera se mece al viento, mientras con ojos desorbitados observas el océano de un sospechoso color marrón plagado de tiburones, que se relamen LUJURIOSAMENTE a la vista de carne fresca. Ni rastro del colorido soñado, ni huella del maravilloso hotel, ni medio acorde de samba.
Perdónenme todos los recifenses (esta vez he buscado el gentilicio en la wikipedia, más me hubiera valido hacerlo antes), no quisiera provocar su IRA, pero mi experiencia (tal vez haya sido una mala experiencia y estoy perdidamente equivocada) hubiera sido nefasta si no llega a ser porque a pocos kilómetros de allí, el municipio de Olinda (declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982), me salva de semejante descalabro de mi tumultuosa imaginación.
Y como no hay mal que por bien no venga, y gracias a esos días pasados en Recife, gentileza de mis jefes, conocí Olinda. Para mi grata sorpresa, llegué, casi sin quererlo, a una preciosa ciudad colonial de las más antiguas de Brasil.
Plagada, esta vez sí, de casas llenas de color, de luz, de alegría. De preciosas y SOBERBIAS construcciones barrocas llevadas a cabo por holandeses y portugueses, en su AVARICIOSO afán por dominar el lugar, a orillas del océano Atlántico. Mercadillos de artesanía, y vendedores ambulantes de bebidas frías. Samba, capoeira, y cerveza, mucha cerveza (por aquello de reponer líquidos perdidos a causa del aplastante calor) ¿GULA?
Si me pierdo algún día, que no me busquen en Recife, habré tomado el autobús 910, camino de Olinda, dónde he dejado un trocito de la inocencia de mi IMAGINACIÓN.
Todas las fotografías que aparecen en esta entrada, por supuesto, son de Olinda, la perla de Pernambuco. Por otra parte, pido perdón por la calidad de algunas de ellas. No tenía mi cámara conmigo en Olinda, sino la cámara de Guillermo, mi hijo de 9 años. Así que ¡¡Gracias cariño!! Sin tu cámara este post no hubiera sido posible.