Olvidadas y relegadas

Publicado el 18 diciembre 2016 por Teremolla

   Siempre he dicho que me siento una mujer afortunada en muchos aspectos y, de hecho creo que lo sigo siendo cada día, pese a todo.

Como consecuencia de las militancias y convicciones feministas, recientemente tuve un par de experiencias bastante impactantes, de esas que no son habituales y de las que cuesta hablar por la intensidad con la que te golpean.

La primera de ellas tuvo lugar en Alicante, en una mesa redonda en la que participé, invitada por el Movimiento Democrático de Mujeres para hablar sobre el patriarcado y el cuerpo de las mujeres y en el que la otra participante iba a hablar sobre la prostitución. Lo hizo. Pero no desde la perspectiva política de si se tiene que abolir o regular, un viejo discurso que nos divide a las feministas.

Lo hizo desde la experiencia que le da haber trabajado con ellas y saber de lo que habla cuando afirma lo duro que es saber que son las más rechazadas por todas las instituciones que, sabiendo de su existencia y de sus infiernos particulares, se pueden llegar a convertir en sus enemigos principales. Esta mujer (pidió expresamente que no se diera su nombre) nos contaba cómo por ejemplo, algunos departamentos de los servicios sociales a los que estas mujeres prostituidas acudían a solicitar ayudas, reaccionaban inmediatamente intentando “quitarles” a sus hijas e hijos en aras a “la protección de esos menores” sin tener en cuenta su situación emocional.

Nos afrentó a las participantes de todo tipo y condición a que habláramos de formación profesional de estas mujeres. Sí, así de claro. “Si existe formación profesional para formar peluqueras o mecánicas de automóviles u otras profesiones, ¿Por qué nos negamos a que ellas sean formadas correctamente en su profesión?”. Puede resultar grotesco, pero al tiempo remueve por dentro “pilares” de los políticamente correctos al pensar en el tipo de formación que habría que impartir si realmente se regulara este tipo de actividad.

Otra pregunta llegó en forma de dardo sobre “¿Qué hacemos con esas mujeres tratadas, explotadas incluso siendo menores, por puteros sin escrúpulos de ningún tipo que las usan y las tiran cuando con treinta años ya son viejas y no sirven? ¿Qué hacemos con ellas, muchas extranjeras y sin arraigos de ningún tipo cuando las cambian de puticlub cada veintiún días para que no puedan llegar a tener ningún tipo de vínculo ni incluso con los puteros que las consumen?”

Obviamente no nos dejó inmunes y, pese a que en la sala no había ninguna mujer prostituida hablando en nombre propio, al menos a mí me removió muchos aspectos emocionales en los que, incluso no había llegado a reparar, pese a haber leído bastante sobre el tema.

Rechazadas por mujeres y hombres de todo tipo y condición son “usadas” mientras resultan deseables y luego rechazadas, estigmatizadas y escondidas socialmente como escoria porque ya no sirven como materia prima. Así de duro. Así de simple. En algunos casos no se les llega a conceder la condición de personas puesto que sólo son putas.

Flora Tristán ya afirmó en su momento, a principios del siglo XIX que “La prostitución es la más horrible de las aflicciones producidas por la distribución desigual de los bienes del mundo”. Y así lo percibí.

La segunda experiencia que viví a escasos cuatro días de la primera fue con mujeres privadas de libertad. Sí, con mujeres reclusas o “castigadas” como ellas se llaman.

Si en la primera situación no me encontré con sus rostros y sus miradas, en la segunda ocasión aparecieron con toda su intensidad. Aparecieron sus miradas clavadas en la extraña que era yo en aquella tarde lluviosa de noviembre.

No sé muy bien qué esperaban que les pudiera aportar, pero sé muy bien cómo me impactaron ellas a mí con sus historias cortas relacionas con las violencias machistas que habían sufrido en sus carnes y que poco a poco fueron desgranando.

Mujeres de toda clase y condición deseosas de ser escuchadas y de hacerse presentes. Mujeres con errores a sus espaldas que les han llevado a estar donde están. Mujeres con fuerza e ilusiones en un lugar tan inhóspito y hostil como aquel. Mujeres fuertes para sobrevivir en esas condiciones de falta de libertad en donde todos sus movimientos están controlados. Mujeres que reían y contaban sus experiencias como si de otras personas se tratara. Que expresaban con sus propias palabras sus sentimientos y vivencias.

El impacto emocional que me han causado estas dos experiencias va más allá de la mera experiencia puntual vivida e incluso compartida con ellas. Ha sido un impacto que me ha permitido reflexionar sobre su ausencia en demasiados discursos feministas teóricos, el mío incluido.

Sabemos que están y que existen, pero (al menos yo y hasta ahora) no nos hemos preocupado demasiado por escucharlas y saber de sus experiencias e incluso de sus sabidurías. Y están ahí. Son mujeres como yo o como tantas otras a las que el patriarcado ha castigado con sus leyes y sus artimañas. Las utiliza para sus necesidades de todo tipo y luego las aparta y las esconde. Y lo que es peor, en demasiados casos con la complicidad de los silencios de demasiadas mujeres entre las me incluyo hasta que me he dado de bruces con sus realidades y sus miradas.

Han sido y siguen siendo olvidadas, relegadas e incluso escondidas por parte de una sociedad hipócrita que las hizo creer que podían elegir sus destinos y luego las castigó por haber elegido.

“El mito de la libre elección” o el neoliberalismo sexual como lo llama Ana de Miguel, llevado incluso más allá de lo estrictamente sexual. Ese neoliberalismo que nos hace creer que realmente existe libertad de elección cuando lo que realmente existen son condicionamientos para llevar a cabo un plan.

Un plan diseñado por el patriarcado para el sometimiento de mujeres y niñas al dictado de deseos y estrategias masculinas destinadas al mantenimiento de privilegios establecidos previamente.

Tanto las mujeres prostituidas como las que están privadas de libertad son las grandes ausentes y relegadas de demasiados discursos, pero que están, viven, respiran, sienten y padecen como cada persona.

Por mi parte procuraré no volver a olvidarme de ellas, puesto que como mujeres han de estar presentes y ser reconocidas.

Ben cordialment,

Teresa