Cuando empecé con esta novela me lo tomé como un reto, un desafío, y no sólo por el buen número de sus páginas (algo que nunca me ha asustado) sino por las maravillas que había escuchado al respecto. En seguida me sumergí en el mundo medieval de Olar, y conocí su dinastía de reyes, simpaticé con el gran número de personajes y terminé odiando a muchos de ellos. Sonreí ante las travesuras de algún que otro trasgo, y sentí curiosidad por la magia y las criaturas fantásticas que pululaban a lo largo de los capítulos. Esto, lectores míos, es la superficie de la novela, una historia que bien podría englobarse dentro de la fantasía épica. Pero aquí no existen batallas cinematográficas, ni poses heroicas que quedan muy bien en el fotocall. La autora ha procurado que la novela sea, a todas luces, seria en su fantasía.
Matute trabaja los personajes de tal manera que se convierten en reflejos de los diferentes aspectos de la humanidad. Así aborda el miedo, la traición, el amor, la curiosidad, la libertad, la envidia, la aventura, la corrupción, la vejez,... a través del amplio abanico de personajes. Los temas que acaricia la autora son tantos que da para muchas otras novelas, pero sin duda uno engloba al resto: la vida humana.
El tratamiento de los personajes, su psique, es adecuado, pero Matute no se centra en ellos más que como instrumentos para explicar el tema que corresponda. Así la inocencia es un tema que se trata en el personaje de Tontina, el amor imposible en el de Almíbar, el dolor causado por el hombre en el personaje que caracteriza el trasgo, etc. Pero si hay un protagonista en la novela no es otro que Ardid, la madre del rey Gudú y "verdadera reina de Olar". La conocemos desde recién nacida hasta el día de su muerte, y en sus acciones se ve reflejada la naturaleza humana, con sus correspondientes claroscuros. Es una mujer astuta, que trabaja siempre por el bien del reino y de su hijo. Todas las tramas corren alrededor de sus acciones, y siempre está presente. Eclipsa a todo el mundo, incluso a su hijo Gudú, y se observa un cambio de carácter a lo largo de los años. Esta evolución del personaje, por si fuera poco, sucede en prácticamente la totalidad de personajes, y no son pocos (más de veinte seguro).
La prosa de Ana María Matute no la descubriré. Puede gustar o no gustar, pero lo que si es indudable es su arte. Cada una de sus palabras desprende un aroma a lírica embriagador, y vive para y por las metáforas. Así toda la novela es una inmensa metáfora del tema humano que tan adecuadamente trata. Quizás pueda equivocarse en el ritmo que emplea a toda la novela (la única pega que le he visto), pues en ocasiones se recrea con su prosa poética durante páginas y más páginas para prácticamente no explicar nada. En muchas ocasiones la acción parece detenerse para, a continuación, iniciar un ascenso lento y calmado. Hablando de metáforas, comparo el ritmo de Matute a un paseo por el monte, en plena primavera y al abrigo del sol, sin prisas por el reloj y deteniéndose bajo la sombra de cada árbol.
¿Recomiendo Olvidado rey Gudú? Por supuesto que sí. Aunque tardé en leérmelo, no tuve en ningún momento la necesidad de dejarlo, todo lo contrario. He disfrutado cada una de sus páginas y considero un libro que me llevaría a Olar, si algún día viajo hasta allí.