Cobertura especial de Espectadores.
Por si los distribuidores locales no estuvieran interesados en exhibirla en nuestra cartelera comercial, bien vale aprovechar el 16º BAFICI para mirar Omar, película de Hany Abu-Assad -autor de El paraíso ahora- que en 2013 ganó el premio ‘Un certain regard’ en el Festival de Cannes y que a principio de marzo pasado compitió sin éxito por el Oscar a la mejor película extranjera, finalmente en manos de Paolo Sorrentino por La grande bellezza.
“El cine palestino es una causa” sostiene el realizador oriundo de Nazaret en esta vieja entrevista concedida a The Electronic Intifada. Y, en ésta otra publicada recientemente por Indiewire, considera al séptimo arte una herramienta, sino de cambio, “de resistencia”. En sintonía con estas declaraciones, el film aquí comentado aborda el conflicto en Medio Oriente a partir de una de las estrategias que el Estado de Israel lleva adelante en el enfrentamiento con sus vecinos: arrastrarlos a la delación.
Una noticia policial inspiró en Abu-Assad la crónica de acoso y minuciosa destrucción que el protagonista encarnado por el atlético e impactante Adam Bakri sufre a manos de un agente del aparato represivo israelí. A la par de este relato principal corren la historia de amor con Nadia y aquélla de amistad con Tarek y Amjad.
También como su antecesora, Omar se destaca por una fotografía cuidada, por actuaciones convincentes y porque sabe dosificar las escenas concebidas para recrear la violencia permanente que ejerce el Estado de Israel. Tras ver este largometraje, queda claro que la tortura excede la definición convencional que el periodismo y el cine suelen atribuirle: provocación sistemática de dolor físico en un individuo despojado de su libertad y demás derechos ciudadanos.