Omitiendo a las Personas

Por Av3ntura

Se supone que las leyes se dictaminan para contribuir a hacer de nuestra sociedad un entorno más justo y equitativo y se supone, también, que a medida que cambian los tiempos y las personas cambiamos con ellos, estas leyes también tienen que experimentar modificaciones. De no ser así, estaríamos todos condenados a no evolucionar.

Afortunadamente, todas las leyes tienen un período limitado de vigencia y, como las personas, un día se quedan obsoletas y hay que derogarlas o introducirles los cambios necesarios para que puedan seguir teniendo sentido en los tiempos que corren.

Últimamente, parece que a algunos ministerios les ha dado por aprobar nuevas leyes a toda velocidad, como si no hubiese un mañana. De repente, es como si en una sola legislatura se quisieran reparar los agujeros negros de todo lo legislado por los gobiernos anteriores. Y es inevitable que surja la controversia y que los árboles no nos permitan ver el bosque.

Imagen encontrada en Pixabay

Mientras los que ostentan las carteras de diferentes ministerios discuten todos los días ante las cámaras de televisión y los micrófonos de radio o de los reporteros de prensa por la forma cómo los unos se desacreditan a los otros, en la calle hay personas que han hecho del robo su modus vivendi y, conocedores de una absurda ley que se empecina en restarle importancia a sus delitos si no se alcanza al día determinada cantidad, no cejan en su empeño porque tienen la garantía de que no van a ir a la cárcel. Otras personas ocupan viviendas que sus propietarios o los bancos tienen cerradas y se las alquilan a terceros, pero lejos de ordenar las autoridades competentes su desalojo inmediato, lo que se hace es poner al propietario contra las cuerdas y recomendarle que pague el rescate de su vivienda si no quiere que el mal sueño se alargue por tiempo ilimitado. Y, desgraciadamente, cada semana conocemos nuevos casos de violencia de género, siendo indiferente la circunstancia de que la víctima haya denunciado o no a quien la maltrataba.

Estos tres ejemplos son sólo una pequeña muestra de situaciones en las que siempre falla la misma pieza: la ley vigente que regula cada caso.

Cuando se pisotean impunemente tantos derechos y se sabe que los agentes del orden tienen las manos atadas por los dictados de unas leyes que ya no sirven para mantener ningún orden, ¿qué sentido tiene mantenerlas y resignarse a que los delitos de toda índole sigan aumentando? ¿A qué punto hemos de llegar para que alguien se digne a coger el toro por los cuernos y empiece a trabajar en soluciones más viables?

Si lo que buscamos son resultados distintos, que provoquen cambios en una dirección más idónea, quizá deberíamos empezar por dejar de hacer siempre lo mismo.

Hay leyes que ya nacen envueltas en la controversia, como es el caso de la del "sólo sí es sí", que ha provocado justo lo contrario de lo que pretendía. Ahora se culpa a los jueces de que no han sabido interpretarla. ¡Qué fácil, no? Que se lo digan a las víctimas que han visto cómo ponían a sus violadores en la calle, al verse rebajadas sus condenas.

Aunque el colmo se lo lleva, quizá, el proyecto de nueva ley de protección animal, por la que podemos ir a la cárcel si matamos a un ratón que se haya colado en nuestra cocina. ¿De verdad estamos viviendo esto o nos están haciendo a todos una cámara oculta?

¿De verdad va a tener más derechos un pequeño animal que nos entra en casa que un niño que salta una valla en Melilla huyendo de la pobreza o que un anciano que, al volver de sus vacaciones, se encuentra con que le han ocupado su casa?

Entre las muchas frases que nos legó Gandhi hay una que dice: "La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por la forma en que se trata a sus animales".

Estaremos de acuerdo con él en que no hay que maltratar a ningún animal, pero con demasiada frecuencia omitimos a las personas en ese contexto. Las personas también somos parte del reino animal, pero no dudamos en faltarnos el respeto ni en perjudicarnos las unas a las otras.

Para poner orden en una sociedad del siglo XXI, quizá deberíamos empezar por preguntarnos qué necesitamos como integrantes de esa sociedad. ¿Qué nos falta, qué nos sobra? ¿Qué tiene sentido y qué no lo tiene? ¿Dónde estamos y hacia dónde pretendemos encaminarnos?

La lacra de la violencia de género no tendría que tener sentido a día de hoy, donde se supone que hombres y mujeres hemos tenido acceso por igual a la educación y al mundo laboral. Muchos pueden objetar que las mujeres lo siguen teniendo más difícil que los hombres para conseguir cualquier objetivo, pero esas dificultades van a depender de la actitud de cada mujer y de la actitud de cada hombre. Ni todos ellos son importantes ejecutivos ni todas ellas son abnegadas amas de casa. En muchas facultades universitarias, desde hace años, el número de mujeres supera al de los hombres. Y cada vez hay más hombres que se ocupan de las labores domésticas y del cuidado de los hijos. Los roles que, de forma arbitraria, se habían interpretado como masculinos o femeninos, afortunadamente, se están intercambiando. El problema no está en el género, sino en la persona. En su modo de orientarse en la vida, en su grado de perseverancia y en la fuerza de sus convicciones.

Tal vez deberíamos dejar de hablar de hombres o de mujeres y empezar a hablar de PERSONAS. Personas con derecho a sentirse completas, independientemente de que vivan solas o en pareja. Independientemente de que amen a alguien de su mismo sexo o del sexo contrario.

Personas capaces de valerse por sí mismas, de no hipotecar sus vidas a cambio de que nadie las proteja, o las cuide, o las acabe ninguneando. Personas con todos los derechos, pero que también sean muy conscientes de todas sus obligaciones. Personas que reclamen que las respeten, pero que también sean capaces de respetar siempre a los demás. Porque a otra persona se le puede decir todo lo que piensas de ella, pero sin caer en la ofensa, sin reabrirle viejas heridas, sin traspasarle tu propia culpa.

Pero, mientras las leyes que rigen nuestra sociedad se pierdan por las ramas diferenciando entre ellos, ellas o ello y se tiendan trampas al solitario cayendo en controversias de si la chica consintió o no consintió tener relaciones sexuales con la persona que la abusó, nunca llegaremos a la PERSONA, sino sólo a su apariencia.

¿Qué sentido tiene promulgar una ley de igualdad, si en ella seguimos diferenciando hombres de mujeres, personas con discapacidad de personas sin discapacidad, españoles de extranjeros, blancos de "personas de color"?

Para llegar a sentirnos todos iguales, deberíamos empezar por respetarnos las diferencias. Por aprender de ellas y enriquecernos los unos a los otros compartiendo lo que nos hace mejores y desterrando lo que nos lleva a avergonzarnos.

Lo mismo ocurre con la política, un mundo en el que seguir diferenciando entre derechas e izquierdas después de todo lo sufrido y de haber quedado patente la inutilidad de tanto enfrentamiento, sólo puede tener sentido para los que no ven más allá de su propio ego. Lo que necesita un país son soluciones que mejoren la vida de todos sus conciudadanos, no discusiones interminables entre los que han sido designados para aportar esas soluciones.

Centrémonos en la totalidad del bosque y no en árboles concretos. Que no nos confundan las palabras ni tampoco su género. Dejemos de omitir a las PERSONAS y, tal vez en unos pocos años, las generaciones que nos tomen el relevo estén integradas por personas que se sientan mucho más a gusto con ellas mismas y con las que las rodeen.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749