Hace ya muchos años que vivo con la sensación de haberme divertido por encima de mis posibilidades. Temo haber consumido no sólo mi ración de jolgorio sino también la de algún otro, inclinando con una gula insaciable la balanza cósmica de la felicidad hacia mi lado un poco más de lo políticamente correcto.
Conducir por la noche me llena de melancolía. De la buena. Es ver la carretera oscura, infinita, delante de mí y entrarme una morriña apacible. Me vienen a la memoria episodios del pasado y vuelvo a sonreír disfrutándolos casi más con la distancia de los años y el cariño que se les va cogiendo a los recuerdos a base de usarlos. Ahora estos viajes al pasado se mezclan en el coche con mis sueños de futuro. Para mí y para mis hijas. Y son todavía mejores.
Imagino todo lo que les queda por vivir. La intensidad de la adolescencia. El primer beso que les deje con las canillas temblorosas. El primer desamor. El segundo. Y el tercero. Su primer viaje solas. El cosquilleo de empezar de cero en un sitio nuevo. Su primera borrachera y su primera resaca. La vida trepidante del que vive a espaldas de sus padres. Los amigos que van y vienen. Los que se quedan. Para siempre. La universidad. Las tardes eternas de biblioteca. Las fiestas. Más fiestas y más excusas para celebrar. O para olvidar. Los suspensos y, con un poco de suerte, los aprobados. Los viajes mochileros. Los conciertos. Los muses y las cañas. Los bares, las discotecas y los after. La juventud y el principio de la vida adulta. La emoción del primer trabajo. Del primer sueldo. Encontrar pareja. Y perderla. La convivencia. Quizá el matrimonio. A lo mejor los hijos. A lo mejor no.
Esto y mucho más les queda por vivir a mis niñas. Y espero que se rían. Mucho. Que se diviertan. Hasta que les duela el cuerpo. Espero que encuentren compañeros de viaje que les regalen una carcajada tras otra. Que sepan reírse de sí mismas y aprovechar las pocas o muchas oportunidades que les brinde la vida para disfrutar. A tope. Espero que tengan el punto justo de cordura para poder pasárselo pipa con la conciencia tranquila del deber cumplido. La humildad suficiente para aprender de sus errores y reírse de sus traspiés. La generosidad de espíritu para querer sin miedo y el optimismo infinito para tirar para adelante. Siempre. Con una sonrisa y la certeza de que les quedan muchos buenos momentos por vivir.
Y espero que cuando conduzcan de noche se les llene el cuerpo de la paz infinita que da saber que has sido feliz. Y que te has reído. Hasta de tu sombra.
Archivado en: Domesticación de las fieras Tagged: Educación, Familia, Hijos, Madres, Matrimonio, Niños, Padres, Recuerdos de juventud, Sexo, Viajes