Once, película irlandesa de 2007 dirigida por John Carney, con música y actuación de Glen Hansard y Markéta Irglová.
En 1991 Alan Parker no sólo mostraba en “The Commitments” la historia del manager Jimmy Rabbitte y su grupo de músicos de soul que querían ser profesionales y famosos. No, además aquella película musical nos mostró una cara desconocida de Irlanda, una que estética y formalmente se mostró bastante similar a la América que habla español y portugués, a la de barrios marginales con bloques de departamentos, ropa tendida a la vista de todos, sitios eriazos y jóvenes pateando piedras en las esquinas del “barrio norte”. Como sentenció Rabbitte, los irlandeses “somos los negros de Europa; los dublineses, los negros de Irlanda; los del Barrio Norte, los negros de Dublín“. Así transmitía la asociación entre el soul — música proletaria y sexual — y la realidad de una nación europea alejada de la imagen portentosa que solemos encontrar en Alemania, Francia, España o Inglaterra. Esa Europa es un sueño; la tierra de los duendes, la realidad misma.
Pero así y todo, la pequeña isla dividida absurdamente en dos naciones por la religión y la posición obtusa de la corona, se las arregla para ser grande: es madre y padre de Estados Unidos; cuna de la cultura celta; nación de los músicos Enya, Bob Geldof, Sinead O’Connor, Gilbert O’Sullivan, The Cranberries y Damian Rice (“and so it is / the shorter story / no love, no glory / no hero in her sky / i can’t take my eyes off of you…”), entre tantos otros; de poetas y escritores notables como Oscar Wilde, William Butler Yeats, Darren Shan, Samuel Beckett, George Bernard Shaw, Bram Stoker, James Joyce y Eoin Colfer… y sede de ese refresco que los dioses nos han regalado para saciar la sed de nuestras almas: la cerveza Guinness. Quince años después, y ahora de la mano de un dublinés de tomo y lomo, me vuelvo a encontrar con Irlanda y la música en el cine. Se trata de “Once”, escrita y realizada por John Carney, un exmúsico, separado y cineasta.
Fotograma de “The Commitments”, con Glen Hansard como el guitarrista Outspan Foster .
Chico conoce a chica
“Once” (Una Vez), es una película construida sobre principios narrativos sencillos, pero no menos efectivos. El planteamiento ubica la acción en el centro de Dublín, donde Guy o “Chico” (Glen Hansard, ¡el guitarrista de The Commitments!) trabaja como cantante callejero. Se trata de un tipo que ha superado con creces la treintena de años y que, tras una traumática separación y la muerte de su madre, ha vuelto a vivir con su padre (Bill Hodnett) a quien ayuda en un taller de reparación de aspiradoras.
Su sueño de siempre ha sido vivir de la música, pero aún le duele la ruptura con su ex (Marcella Plunkett). Eso lo sabemos por una canción de la que grita con toda el alma la letra que ha compuesto (“porque esto es lo que esperabas / la oportunidad de saldar cuentas / y mientras las sombras caen / ahora sobre mí / venceré de alguna forma”). Es cuando aparece la “Chica” (Markéta Irglová), una dulce y menuda inmigrante checa que se acerca a escucharlo. En un diálogo tenso al comienzo, se muestran las cartas:
Markéta Irglová en el rol de “la Chica”.
Chica: ¿Por qué no cantas esa canción durante el día? Te veo todos los días…
Chico: La gente quiere oír canciones conocidas, canciones que reconocen. O no ganaría dinero… toco estas canciones por la noche. No me escucharían si no…
Chica: Yo te escuché…
Chico: Sí, pero tú me diste 10 centavos…
Chica: ¿Lo haces por dinero?, ¿por qué no trabajas en una tienda?
Al comienzo la ve con desconfianza, pero la chica checa se sabe ganar sus espacios. La conexión se produce en la escena de la tienda de música, lugar donde el dueño la deja tocar el piano. Ella es hija de un músico que se suicidó cuando la artrosis le impidió seguir tocando (antecedente de pasión por el oficio). Ahora vive en Dublín después de haberse distanciado de su esposo y vive allí con su pequeña hija y su madre.
Me parece muy poético el cuadro planteado en el guión. Los dos seres son unos solitarios que cargan con un pasado de fracasos amorosos y un presente económico complejo. Sin embargo, es la forma de enfrentar la dificultad lo que los diferencia y complementa. Ella vende flores y revistas en la calle; él canta y arregla aspiradoras. Ella no decae por no tener su piano en casa y se hace amigo del dueño de una tienda para tocar; él se siente miserable por tener que cantar en la calle. Ambos son buenas personas, pero la juventud de ella parece otorgarle mayor vigor a sus quince músculos de la sonrisa. Él, en cambio, está cansado de tanto sufrir.
Entonces lo lleva al citado lugar arrastrando la aspiradora que quiere que él le arregle, como si de un perro con correa se tratara. A la Chica le da igual. Y toca un extracto de las “Canciones sin Palabras” del alemán Felix Mendelssohn (Lieder Ohne Worte). Y el Chico la descubre. Y todo se fusiona. Él le indica la melodía de una de sus canciones; ella la lleva al piano. Y de pronto sus voces y el sonido de la guitarra con el teclado son una armonía perfecta (“ya has sufrido lo suficiente / y batallado contra ti misma / es hora de que ganes / toma este barco que se hunde / y guíalo a buen puerto / aún tenemos tiempo”). Es un momento mágico… los sonidos vuelan… en una tienda. Hasta que el plano se abre y vemos la aspiradora en el suelo. Y es como volver a la realidad, a la “pobreza”. Pero ellos han vuelto a cargar sus pilas. No tienen nada, pero son ricos. Tienen música.
“Falling slowly (Cayendo lentamente)” – Glen Hansard y Markéta Irglová como el Chico y y la Chica. “Once”: Escena de la tienda de música.
El Sonido
Aquí John Carney revela el género musical con absoluta verosimilitud, en una propuesta tan original como simple. Cuando ambos amigos viajan en micro, el Chico lleva su guitarra. Cuando la Chica lo interroga sobre su vida, él improvisa canciones con la historia de su vida como respuesta. Todo es un juego. La fuente del sonido no es ambigua, etérea o extradiegética, como sí ocurre en el clásico género musical. Aquí el origen de la música proviene del mismo cuadro, de la propia acción. El motivo de la canción también.
Se nota el trabajo realizado por el director y el músico Glen Hansard, el protagonista. Ellos se conocen desde jóvenes gracias a la música. Hansard es la cara de la banda The Frames, de la cual Carney fue su bajista fundador y donde tocó por tres años. Con la idea de esta película en la cabeza, el realizador le pidió a su amigo que empezara a elaborar las canciones de esta historia, en un trabajo que se fue gestando mutuamente. Por ello es que las canciones son tanto o más fuertes que los diálogos. En un axioma cinematográfico que yo adscribo, los diálogos de un film sólo deben estar presentes cuando la imagen ya no pueda entregar más información. Los grandes como Alfred Hitchcock lo demostraron. Pero aquí la figura bien podría ser “los diálogos se hacen necesarios cuando las canciones ya no pueden seguir contando la historia”.
El director John Carney (al centro) durante el rodaje de “Once”.
Las canciones de el Chico nos van contando el pasado y forma de pensar de los personajes, pero cuando hay una magia así de especial entre dos de ellos, da miedo romperlo con algo tonto (“y bebemos un trago o dos, y luego lo estropeo todo diciendo algo estúpido como te amo”, Something Stupid, C. Carson Park). O, al menos, da miedo romperlo tan pronto. Es lo que ocurre cuando el Chico le propone a la Chica checa pasar la noche juntos. Así, como si nada. Sin magia. Como si la canción que tocaron en la tienda la hubieran tocado otras personas. Ella aún trae la música consigo y decide marcharse. Es el fin de un primer acto que no podía terminar del todo bello… dentro de tanta realidad.
Musical camuflado
La confrontación se presenta como un camino al sueño. El Chico reacciona y vuelve a tomar el rumbo de su vida, optando por irse a Londres con un demo de sus canciones bajo el brazo, para triunfar como músico y, de paso, ver qué pasa con su excompañera, la que vive allí desde que lo abandonó. Será una forma de recoger sus propios pedazos del suelo y de entender qué pasó, pasos fundamentales para poder seguir adelante. Aquí el “musical camuflado” se hace presente con dos momentos inolvidables: una vez “perdonado”, el Chico le pasa a la checa una grabación con la música de una canción cuya letra no es capaz de construir, pidiéndole a ella que lo haga. La Chica (que en un detalle hermoso toma prestada unas monedas del chanchito de su hija), sale a comprar pilas para escucharla en su CD Player, en bata y con sus pantuflas de osito. Una vez que sale de la tienda, la cámara la sigue mientras camina a casa, a la vez que va cantando la letra que ha creado como si de un musical se tratara (“cuando me siento en soledad / y de la distancia sólo nace el silencio / pienso en ti sonriendo / con tus ojos llenos de orgullo / un amante que suspira”).
Glen Hansard en el rol de “El Chico”
La otra situación la vivimos con el Chico frente al computador, donde está ensayando otra de las canciones que tan sentidamente le compuso a su ex (“las pequeñas grietas se agrandaron / antes de darnos cuenta de que era demasiado tarde / para andar con juegos / y contar mentiras”). En la pantalla del portátil corre un video con imágenes de ambos, las que se transforman en las imágenes de su canción. Es la irrupción elegante de un “clip” que te deja con un nudo en la garganta. Ambos momentos confunden la diégesis (lo que se cuenta y muestra de la historia) con los pensamientos, en un juego de distorsión entre imagen y sonido. Una confusión poética.
Luego se viene el plan. Gracias al empuje de su amiga, busca a otros músicos callejeros y se instalan a vivir en un estudio donde graban las canciones. Pero, ¿qué pasa cuando el motivo de una acción llega a su fin? Una vez grabado el demo, a Guy sólo le queda marcharse a Londres… pero, ¿qué pasará con la chica?
El Chico, la Chica y los colegas músicos de la calle, ensayan antes de grabar el Demo.
Los Personajes
El Chico es un personaje que muestra toda la tierna ineptitud de aquel que debe aprender a vivir solo nuevamente, el que debe romper no solo con una persona, sino además con todos los rituales que conlleva el vivir en pareja. El que debe aprender a conquistar de nuevo, porque se le olvidó cómo se invita a salir a una mujer después de tanto tiempo, el que debe aprender a distinguir entre amistad, una noche loca y amor.
La checa, en tanto, es el ángel que muchas veces se aparece no necesariamente como el regreso del amor, pero sí como el que da el impulso, el que te patea el trasero para seguir adelante y hacerte sentir confianza en tu talento otra vez. Se mata por su hija aunque sea vendiendo flores en la calle, pero con una dignidad que la hace ver bellísima; y ama con todas sus fuerzas. Pero antes que todo eso, se presenta positiva, aunque en su vida todo sea un pequeño pedazo de mierda. Tal vez por ello es que — tal como su compañero — ni necesite tener nombre (solo la Chica). La sonrisa es y será la mejor herramienta de sobrevivencia, y el personaje de Markéta Irglová es todo aquello, además de cantar lindo.
Admiro la simpleza y belleza propuesta por John Carney, quien volvió a ponerme imágenes de Irlanda en el camino… y su música en los oídos.
por Denis Eduardo Leyton
publicado originalmente el 12/02/2008
Notas publicadas en 2019
- Glen Hansard y Markéta Irglová ganaron en 2008 el Oscar a la mejor canción original de 2007 por “Falling Slowly”.
- Juntos formaron el dúo “The Swell Season” que grabó dos discos y realizó giras por más de 3 años.
- Por un par de años fueron pareja.
- En 2009, un capítulo por el día de San Patricio titulado “In the name of Grandfather” (en juego de palabras con el título de ese pedazo de película irlandesa llamada “En el nombre del padre”), Glen Hansard y Markéta Irglová pusieron sus voces en Los Simpson.