Revista Comunicación

Once Upon a Time: la delgada línea entre la realidad y la ficción

Publicado el 25 octubre 2011 por Mishajb

Atomizados por las innumerables expectativas que traía consigo la emancipación (por fin) de Jennifer Morrison de los cálidos brazos de House, M.D, Once Upon a Time resulta ser una débil intentona de fusionar los clásicos cuentos infantiles de autores como los Hermanos Grimm o Carlo Collodi, con el crudo sabor de la vida real. Pese a los cromas mal intencionados y una puesta en escena más propia de un raeliano culebrón de domingo por la tarde, la nueva serie de la ABC ha supuesto una auténtica sacudida a la parrilla americana, reunido casi 13 millones de espectadores y convirtiéndose en el mejor estreno de la noche y de la cadena. No sorprende que tras el apabullante éxito que cosechó Lost años atrás (aunque parece que fue ayer) la ABC, que de tonta no tiene un pelo, haya decidido contar de nuevo con dos de sus productores principales. Adam Horowitz y Edward Kitsis vuelven de nuevo a tomar las riendas de un proyecto que promete ser, si más no, la nueva ambición de la cadena.

Once Upon a Time: la delgada línea entre la realidad y la ficción

Crecer es un verdadero coñazo. No conozco a nadie que en un momento puntual de su adulta vida no me haya confesado “lo fáciles que eran las cosas cuando no levantaba ni un palmo del suelo” o “la alegría que te invadía cuando podías pasarte todas las tardes de la semana jugando con la última edición de Pokémon“. Ah… juventud, ese divino tesero es probablemente la mejor etapa de la vida. Haciendo una personal retrospective (tan de moda estos tiempos) recuerdo con especial cariño la primera vez que leí La Historia Interminable de Michael Ende. Era una edición muy antigua, casi neogótica, pero su aura estaba tan intacta como el bicolor de sus páginas. Me encandiló desde el principio. Trataba sobre Bastian Baltasar Bux, un chico con bastantes problemas de socialización que un buen día encuentra un libro en una antigua librería y decide empezar a leerlo. El libro se llama La Historia Interminable y, aunque comienza siendo un verdadero reto para Bastian debido a sus bizarras características, la lectura le atrapa hasta tal nivel que termina convirtiéndose en un propio personaje de la historia. Eso es más o menos lo que le pasa a Henry Mills, un avispado niño de diez años que se planta en casa de su madre biológica el día de su cumpleaños. Como Bastian, él tampoco es un chico especialmente abierto. Más bien todo lo contrario. Su único refugio son los libros, a los que acude para encontrar la motivación que le falta en la vida real o simplemente huir de los vacíos sentimientos que le profesa su madrastra. Probable metáfora de lo duro que es muchas veces mantenerse con vida, Henry encuentra en Once Upon a Time (que le entrega su profesora de la escuela, quien resulta ser la misma protagonista de la historia que está leyendo salvo que sin un mapache en la cabeza) algo diferente del resto de libros que había conocido. En él se explica un cuento completamente real sobre una malvada bruja que hechiza a un pueblo entero para conseguir su particular “final feliz”. En un arrebato más propio de Bastian que de él, Henry decide encontrar su particular nombre para la Emperatriz a través de Emma, su madre biológica que lo abandonó nada más nacer.

Emma también está sola. Embutida en un ínfimo vestido rojo y unos vertiginosos tacones vive la misma mentira en su trabajo que en la vida real. Mientras que en el primero finge ser otra persona para cobrar las deudas que sus víctimas les deben a sus clientes, al finalizar su jornada laboral, regresa a la soledad de su casa, sin saber que en realidad su verdadero sino en la tierra es  salvar a Storybrook, pueblo en el que Henry vive y en el que el tiempo ha sido paralizado por una terrible maldición. Emma debe realizar un acto de fe y creer en las palabras de su hijo. Creer que ahora tiene la oportunidad, al igual que la ha tenido Henry, de salvarse de su propio hastío. Y aparentemente, ella finalmente acepta y decide alquilar una habitación en el motel del pueblo. La historia ha comenzado. Las agujas del reloj por fin se mueven y Henry ha conseguido al fin encontrar al humano que salvará al reino de Fantasía en su propia paja mental.

Once Upon a Time: la delgada línea entre la realidad y la ficción

Aunque haya intentado realizar un ejercicio de asociación entre Once Upon a Time y uno de los clásicos de la literatura fantástica como es La Historia Interminable, la nueva serie de la ABC ha resultado ser toda una desilusión. Antes de empezar la nueva temporada me prometí a mi misma que evitaría cualquier contacto con teasers o previews de cualquier tipo sobre las nuevas propuestas del año. Quizás por ello tampoco iba con una idea muy preconcebida de lo que me iba a encontrar, pero de ahí a proclamar que Once Upon a Time es uno de los mejores estrenos hasta la fecha, va un trecho.

Creo que el drama de la ABC debería dejar de tomar el pelo a los espectadores y catalogare como lo que realmente es; una historieta fantástica, con muchos efectos especiales y personajes bizarros que parecen más sacados de los Teleñecos que de los clásicos cuentos infantiles. No obstante, la premisa sobre la que se asienta la historia no es del todo mala, al contrario. El guión es sólido y enlaza todas las tramas correctamente sin dejar cabos sueltos (ya escarmentaron con Lost), hecho bastante importante teniendo en cuenta las características de esta serie. Pero por donde Once Upon a Time se despunta, por otro lado se desinfla hasta llegar a ser en muchas escenas una parodia arcaica sobre las clásicas películas fantásticas de serie B. La realización, los planos mal encuadrados y una puesta en escena que nos hacen dudar del presupuesto de la serie, ponen el resto. A esto se le suma un cásting bastante descompensado, con algunos buenos actores como Jennifer Morrison (que entra justita en el papel de Emma) y un, como siempre, espectacular Robert Carlyle en su papel del amo del cotarro. El resto danzan sin sentido al ritmo de un piloto que realiza su trabajo a la perfección pero que, con estrenos como Homeland, no puede quedarse simplemente en eso si tiene aspiraciones dentro de la cadena. Como tiene que haber de todo en botica, Once Upon a Time quizás llega para quedarse. Terminará convirtiéndose en un must casposo como Ringer para aquellos que disfrutan con cromas exasperantes y pelucas mal peinadas. Pero poco más.

Lo mejor: Robert Carlyle y ver a Geppetto convertido en el tipo de Bricomanía

Lo peor: la realización, ambientación y maquillaje

Tiene una retirada a: La Historia Interminable

Primera impresión: 5/10


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