Fuensanta Muñoz Clares publicó en la Editora Regional de Murcia (1988) su libro Onégeses, los despojos de un sueño, una pieza de “arte minoritario y exquisito” (la acertada etiqueta es del crítico Ramón Jiménez Madrid) en la que la autora indaga en fértiles exploraciones psicológicas sobre la soledad, el destino y la muerte.Tiene como protagonistas a Onégeses (un griego instruido que trabajó como ayudante y secretario de Atila), Evandro (un joven historiador, discípulo de Prisco, que acude al antiguo dominio del rey huno para comprobar el estado en que se encuentra tras la disolución del imperio) e Ildico (última esposa del Azote de Dios). Y su trama es tan sencilla como embriagadora: Onégeses ha quedado, al cabo de los años, convertido en un despojo humano de mente tal vez extraviada, que custodia (como un Fafner heleno) el supuesto tesoro de Atila. Evandro, que acude al lugar donde éste se encuentra, es visto por el anciano como un ángel que lo liberará de su vigilancia. Y cuando escucha al propio Evandro decirle que no, que en realidad no es ningún ángel, hunde la mohosa espada de su señor en el vientre del muchacho.La pieza nos traslada, aparte de sugerentes reflexiones sobre el género humano y sobre la voracidad del destino, algunas frases altamente poéticas (“Los ríos son inmortales y son dioses. También el río del corazón humano es sagrado. Y uno en el más allá puede acoger todos los llantos”, p.52) y una consideración general que valdría para definir buena parte de la historia de la literatura: “La mentira es la patria del poeta” (p.70).
Fuensanta Muñoz Clares publicó en la Editora Regional de Murcia (1988) su libro Onégeses, los despojos de un sueño, una pieza de “arte minoritario y exquisito” (la acertada etiqueta es del crítico Ramón Jiménez Madrid) en la que la autora indaga en fértiles exploraciones psicológicas sobre la soledad, el destino y la muerte.Tiene como protagonistas a Onégeses (un griego instruido que trabajó como ayudante y secretario de Atila), Evandro (un joven historiador, discípulo de Prisco, que acude al antiguo dominio del rey huno para comprobar el estado en que se encuentra tras la disolución del imperio) e Ildico (última esposa del Azote de Dios). Y su trama es tan sencilla como embriagadora: Onégeses ha quedado, al cabo de los años, convertido en un despojo humano de mente tal vez extraviada, que custodia (como un Fafner heleno) el supuesto tesoro de Atila. Evandro, que acude al lugar donde éste se encuentra, es visto por el anciano como un ángel que lo liberará de su vigilancia. Y cuando escucha al propio Evandro decirle que no, que en realidad no es ningún ángel, hunde la mohosa espada de su señor en el vientre del muchacho.La pieza nos traslada, aparte de sugerentes reflexiones sobre el género humano y sobre la voracidad del destino, algunas frases altamente poéticas (“Los ríos son inmortales y son dioses. También el río del corazón humano es sagrado. Y uno en el más allá puede acoger todos los llantos”, p.52) y una consideración general que valdría para definir buena parte de la historia de la literatura: “La mentira es la patria del poeta” (p.70).