Como lector, estoy siempre en la misma encrucijada, una encrucijada que es una trampa, una trampa que es muy sofisticada, o yo muy bobo, porque me da la impresión de que jamás la voy poder dejar atrás: esto, explicado para los niños y los no tanto, viene más o menos a ser lo siguiente: que me debato entre el lector sufrido y suicida, cuasi pugilístico, que gusta de intercambiar golpes con el escritor a través de las páginas, y el lector pasivo y complaciente que sólo busca evadirse y pasarlo bien. Me gustan las dos opciones y a la vez no me gusta ninguna, depende de cómo amanecí al día, o quizá lo que me revienta es tener que escoger. Y como no me da la gana, no quiero decantarme por ninguna, ahí sigo, en la encrucijada, sólo acompañado de los criminales ahorcados y la mandrágora que nació de su último semen... Inconvenientes de leer antes El Innombrable de Samuel Beckett que 20000 leguas de viaje submarino, supongo. En este caso el orden de los factores sí parece dar por el saco, y bien.
Para leer Cinco canciones de cuna, por poner un ejemplo, no te puedes plantar ante la primera página con la ropa de los domingos, porque te echa fuera a las primeras de cambio. De hecho, todavía no he leído nada de Fco. Javier Pérez que no te deje echa jirones la ropa de los domingos, y a día de hoy ya llevo cuatro libros suyos en mi haber. El tipo te obliga enfundarte el mono de trabajo. Te está diciendo: "Yo me he dejado las vísceras pariento todo esto, pero ahora tú vas a partirte la cara con el texto". Es un escritor que exige del lector hasta la última gota del zumo de sus sinapsis. Quizá me equivoque, pero apostaría doble o nada a que también leyó, no sé, a William Burroughs antes que a Verne...
Y es lo que decía antes de la encrucijada, que me toca la moral que me obliguen a desempolvar el mono de trabajo, porque uno es muy vago, cierto; porque casi siempre anda en estado de asco o rabia o cansancio terminal, sí; y porque además está también la envidia cochina, el ego hijoputa de escritor, ese genieciello perverso que te susurra al oído que esto lo ha escrito un coétaneo y que has de negarlo por defecto, pensar que es una mierda, en consecuencia, y que dónde va a parar, que lo tuyo es mejor, aunque en el ínterin a la verdad no haya quien le eche trapos encima... Pero a la vez no puedes dejar de pensar olé tus huevos, cabrón, y dale, venga, te metes en el texto a cara de perro, armado hasta los dientes cual John Rambo encaraba un avispero de Chalies.
"El cielo es un glaucoma gris que no sólo cae sobre el hospital sino que lo rodea, lo delimita y le da forma". Ésta es la primera frase, la primera imagen de Cinco canciones de cuna, que no sólo rodean, delimitan y dan forma al hospital del libro, también hacen lo propio con el espíritu del lector que ose adentrarse en los límites de esta novela, que más que novela acaba por convertirse en un estado mental, angustiante y mefítico. Hay un dolor negro y turbador que subyace a la lectura de este libro, y que te acompaña en los días siguientes, que vuelve, como una náusea, cada vez que piensas en él, y ese algo es, creo, la entronización de la enfermedad. La enfermedad y no la muerte. No ha habido en la historia hombres tan enfermos, en todos los sentidos, como los que hoy son, y el hospital-purgatorio de Cinco canciones es su perfecta metáfora. Vivimos, más que parar morir, para enfermar: enfermar y morir o enfermar y seguir enfermos. Y aquí es donde Fco. Javier Pérez castiga más duro el hígado, quizá porque da en el clavo. ¿En qué momento dejamos de ser seres para la muerte y nos transformamos en seres para el padecimiento? ¿Qué clase de futuro aguarda a una sociedad de mentes decrepitas sustentadas en cuerpos cacucados, estirado su reloj biológico hasta el absurdo por medio de la técnica y de la farmacología? ¿Cómo coño cabe el concepto de Dios en una sala de espera?... Puede que el Viento Negro sea todas las respuestas.
Lo demás y ortodoxo que yo podría añadir sobre Fco. Javier Pérez y sus Cinco canciones de cuna —también sobre su Hierático— ya lo ha dicho Javier Calvo, así que poco puedo hacer salvo adheririme y recomendarles le echen un vistazo a su post. Si acaso, tomarme el tiempo y espacio necesarios para reivindicar las ilustraciones de Fidel Martínez así como la preciosa edición de Aristas Martínez. Exquisitos todos. Pruébenlos estas navidades... Puede que a algunos no siente del todo bien el viaje, pero para eso inventamos el omeprazol.