La escuchamos, con acompañamiento al piano, en la voz de un afamado tenor lírico siciliano de principios del siglo XX, Giuseppe Anselmi, fue muy popular en Madrid y se sintió tan unido a esta ciudad que donó su corazón al museo del Teatro Real, aunque parece que su destino final ha sino del Museo del Teatro de Almagro. Quizás Anselmi, que en la grabación tiene 31 años, nos permite enlazar con el estilo belcantista del último cuarto del XIX.
Dos años más tarde, 1909, se grababa la versión de Dimitrij Smirnov, esta vez en ruso, cantada también con mucho gusto:
El gran Jussi Björling la cantó en sueco, en Estocolmo, el año 1940:
Siete años más tarde, en el Met y cantando esta vez en el idioma original, Björling ofrecía, con un magnífico juego de intensidades y claroscuros que se desarrollan dentro de un proceso en el que la energía y la pasión no cesan de incrementarse, una de las versiones de referencia, puso el teatro neoyorkino boca abajo, y no era para menos: