Operación Alegría

Publicado el 23 diciembre 2015 por Yusnaby Pérez @yusnaby

Desde que era niña Margarita sabía que la Navidad se acercaba cuando comenzaban a sonar las gaitas, cada año había una nueva. Más o menos a mitad de octubre llegaba la gaita de moda: la que sonaba en todas las radios aunque tuviera que convivir con las de siempre y con el ineludible disco de la Billo´s Caracas Boys que alegraba una casa y las de todos los vecinos.

A medida que avanzaban los días se notaba cómo cada familia llevaba a cabo su propia versión de “Operación Alegría”: tiraban los peroles viejos, pintaban fachadas, podaban los árboles, y dejaban el espacio listo para poner arbolitos y pesebres. Los muchachos del barrio se ponían de acuerdo con sus amigos, y como si se tratara de los siete enanos se dedicaban cada fin de semana a una casa diferente: pintaban rejas, paredes, y hasta tejas bajo un rayo de sol inclemente que nada tenía que hacer frente a la cervezas bien frías y la gran taza de sancocho que ofrecían las agradecidas dueñas.

Para Margarita la Navidad no era tal hasta que el 24 de diciembre plantaba en la mesa un pan de jamón caliente y una botella de Ponche Crema. Desde que ganó su primer sueldo se prometió que nunca le faltaría a su madre por lo menos eso, un pan de jamón. Afortunadamente su trabajo y sus innumerables sacrificios dieron para panes, perniles, hallacas y dulces de lechosa en la casa de su madre, en la suya, y en la de todo aquel al que ha podido ayudar.

 

Igual que en la de Margarita, en todas las casas venezolanas el pan de jamón con la punta de la bolsa enrollada era el verdadero símbolo de la Navidad. Una rebanada servía de cierre de una fiesta que terminó cuando ya era de día, de aperitivo mientras se calentaban las hallacas, o de tentación para quien a pesar de haber comido mucho recogía el mandado en la panadería.

Para los que han tenido que acostumbrarse a que en la calle de su casa no se escuchen gaitas, el sol no caliente ni la punta de la nariz, y el aroma a nostalgia se apodere de las fiestas, comer pan de jamón es comer alegría. Unos se las arreglan encargándolo, otros intentan prepararlo de la forma tradicional, y los más alternativos intentan que con el hojaldre no termine pareciéndose a un pastelito. El caso es que lo que antes era una rareza en otros rincones del mundo, ahora lo es en el nuestro. Hoy un pan de jamón cuesta como mínimo 2400 BsF, es decir, la cuarta parte del salario mínimo. Es evidente que pocas familias podrán darse el lujo de ver uno en su mesa. De nada sirve saber hacerlo, la escasez y la inflación tienen en sus garras los ingredientes de cualquier comida –sea sea navideña o no–.

Una vez un hombre al que le tocaba trabajar durante las fiestas en una isla lejana a su casa dijo: “prefiero comerme una sopa de sobre y estar con mi familia”.  No es raro que alguien esté dispuesto a renunciar al marisco y al champán para estar con quien realmente quiere. No es raro que muchos estén dispuestos a renunciar a su pan de jamón, incluso a su pan con Diablitos para que vuelvan a convertirse en cosas extrañas de las que se puede disfrutar solamente en nuestra tierra, y no todo lo contrario. Un pan de jamón, con Diablitos, o incluso solo sabe mejor si se comparte. Compartir lo poco o lo mucho que se tiene, esa es la mejor Operación Alegría.

Fotos:

Coffee Market

Kiosco venezolano