Operación Romeo – Sierra. Ocupación de una pequeña isla estúpida

Por Lparmino @lparmino


El rey de Marruecos, Mohammed VI
Fotografía: Xiquet - Fuente

 Al alba y con tiempo duro de levante”, el día 17 de julio de 2002, tropas españolas asaltaron el islote de Perejil, ocupado desde el día 11 por fuerzas militares marroquíes. El pequeño peñón, de apenas catorce hectáreas de extensión, situado a unos doscientos metros de la costa marroquí y en torno a siete kilómetros de la ciudad de Ceuta, se convertía en uno de los principales escollos en las siempre difíciles relaciones bilaterales entre España y Marruecos. Nadie era capaz de saber con exactitud qué estaba pasando en aquella “pequeña isla estúpida”, como la calificaría en 2004 uno de los principales mediadores en el conflicto, el entonces secretario de Estado de EE.UU. Colin Powell. Una isla deshabitada, sin ningún recurso apreciable a la vista, pasaba a convertirse en el principal campo de batalla de la política española y de su diplomacia. Al final, el pequeño islote logró atraer la atención no sólo de los implicados, sino también de toda la Unión Europea, EE.UU. la OTAN o, incluso, la ONU.


El entonces ministro de Defensa español,
Federico Trillo
Fotografía: Helene C. Stikkel - Fuente

La sucesión cronológica de los hechos fue vertiginosa. El día 11 de julio, una patrullera de la Guardia Civil informaba de la presencia de un grupo de gendarmes marroquíes en el islote de Perejil. Inmediatamente, todo el engranaje diplomático español y marroquí se ponía en marcha en busca de una solución pactada y dialogada pero también con el objetivo de recabar apoyos internacionales para sus respectivas posturas. Paralelamente, se desarrollaba todo un operativo militar dispuesto a actuar en cuanto se recibiese la orden directa del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar. Una vez que la solución dialogada pareció imposible, el día 17 de julio, de madrugada, en la llamada “operación Romeo - Sierra” fuerzas especiales españolas ocupaban el peñón y capturaban a la dotación marroquí desplegada en la isla. Finalmente, las negociaciones entre España y Marruecos, mediadas por EE.UU. finalizaron con el regreso al “status quo” de la isla anterior al 11 de julio: un islote desmilitarizado sin ningún tipo de referencia ni símbolo nacional.
El incidente de la isla de Perejil se quiso teñir de cierto aroma histórico, haciendo que analistas y periodistas buceasen en los anales hispanos y marroquíes tratando de lograr encontrar en antiguos legajos solución a la disputa. Las autoridades españoles quisieron remontar la soberanía española sobre el peñón a 1668, cuando un acuerdo con un Portugal recién independizado de la monarquía hispánica accedió a ceder Ceuta y el islote en cuestión. En un artículo de María Rosa Madariaga titulado “El falso contencioso de la isla del Perejil” y publicado en El País del 17 de julio de ese año 2002, la autora señalaba la soberanía marroquí del peñón al considerar que formaba parte del protectorado que accedió a la independencia plena en 1956.

Mapa de Ceuta, con la isla de Perejil a la izquierda de la imagen
Autor: Kimdime69 - Fuente

Un pequeño peñón estuvo a punto de convertirse en “casus belli” en una de las zonas de mayor importancia estratégica en el tráfico marítimo internacional. Sin embargo, lo reducido del islote no es más que la punta de iceberg de las complicadas relaciones que han caracterizado a Madrid y a Rabat desde que el reino alauí accedió a la independencia en el año 1956. Las reclamaciones territoriales marroquíes sobre diferentes enclaves españoles en el norte de África han sido el ingrediente principal de la tensa diplomacia hispano – marroquí. En 1957, tiene lugar el conflicto del Sidi – Ifni. En 1975 se inicia el aún no resuelto conflicto en torno al Sahara occidental; y Ceuta y Melilla son dos enclaves siempre presentes en las agendas de los dirigentes marroquíes. Para Juan Domingo Torrejón Rodríguez (“Las relaciones entre España y Marruecos según sus tratados internacionales”, publicado en REEI, 2006), la actualidad diplomática entre ambos países se caracterizaría por la secuencia cíclica de encuentros y desencuentros.

Sahara occidental
Fotografía: Jørn Sund-Henriksen - Fuente

Son varios los factores que incidieron en la crisis de Perejil. Evidentemente, se intentó jugar la baza del sentimiento nacionalista desde los dos frentes. El entonces Gobierno del Partido Popular no dudaba en apelar a los sentimientos de bandera y patria o la soberanía territorial. Algo similar ocurría en Marruecos, país bajo la autoridad prácticamente dictatorial de una monarquía despótica que no ha sido capaz de democratizarse a pesar del relevo generacional que se suponía en la persona de Mohammed VI. Pero detrás de todo el conflicto diplomático subyacían dos cuestiones fundamentales: la territorial y la económica. La primera apunta directamente a la cuestión del Sahara occidental, donde la ONU mantiene una misión (MINURSO) a la espera de la celebración de un referéndum sobre el futuro del país. España siempre ha apoyado con mayor o menor fuerza la celebración de ese referéndum, opción descartada por el Gobierno de Rabat. Al parecer, el asunto Perejil no supondría más que una bravata marroquí con la intención de hacer recapitular a las autoridades españolas sobre su actitud respecto al Sahara. El fondo económico de la cuestión es todavía más acuciante, con la posibilidad de importantes recursos petroleros en las aguas situadas entre las islas Canarias y el territorio marroquí, incluyendo en frente de las costas del Sahara.
En la actualidad, la pequeña isla de Perejil ha recuperado su “status quo”: es un peñón pedregoso que nadie visita, excepto unas cuantas cabras de pastores marroquíes que pastan ajenas a toda la tensión que la “pequeña estúpida isla” causó. Ahora, la isla en cuestión sólo parece interesar a esas cabras y a algunos ecologistas y buceadores, pasando al olvido de los servicios cartográficos. Entonces sólo es posible recordar a Mohamed Larbi Messari, cuando en su libro Las relaciones difíciles. España y Marruecos, publicado en el año 2009, recordaba que irremediablemente “los dos vecinos están condenados a entenderse”.
Luis Pérez Armiño