No dudaría que ese estado de embriaguez y que deseaba, la llevaría a postrarse para sí misma, queriéndose; hubo un momento en que la vista le devolvía un fastuoso paisaje, el rastro del animal se le antojo un cielo lleno de estrellas, y así era, porque ella tenía la cualidad de admirar las pequeñas cosas, esas, que a veces son difíciles de percibir, sin duda alguna además de un cielo, sería también el abrevadero de los amantes, donde voluntariamente flagelan sus cuerpos, entonces, el hermoso cobijo.
Por fin el botijo, la meta, y sonreía, porque allí se encontraba, para nada exhausto, para nada excitado... Texto: +Maria Estevez