Aunque siempre defiendo la sinceridad absoluta en las reseñas, esta vez no incitaré a opinar de estos autores con una transparencia brutal. No soy de piedra: también me enternezco cuando veo a un autor de dieciocho añitos. Eso sí, esto no significa que sea partidaria de mentir o de perdonarle los errores. Existe el término medio: hablar de lo bueno y lo malo con tacto, omitiendo, si es necesario, algunos defectos secundarios para no ensañarse. Se supone que una persona que publica está preparada para recibir críticas, aunque las rabietas en las redes de varios autores (jóvenes y no tan jóvenes, todo hay que decirlo) demuestran que no es tarea fácil. Yo, a los más jóvenes, se lo «perdono», porque considero que el grado de madurez influye mucho a la hora de canalizar las opiniones menos favorables. Sucede lo mismo con cualquier trabajo: adaptarse a una nueva ocupación cuesta en todas las etapas de la vida; ahora bien, el primer empleo es el que necesita más comprensión por parte del superior y los compañeros. He utilizado esta palabra, comprensión, porque no se trata de mostrarse benévolo con el recién llegado, sino de ir incorporándolo a un ritmo adecuado, con firmeza pero sin las mismas exigencias que a un veterano. Por eso, en las escasas ocasiones en las que escribo sobre un autor muy joven, tengo en cuenta el factor edad. No lo engrandezco ni me paso la reseña destacando el mérito que tiene —si aún está muy verde, no se le hace ningún favor diciendo que ya escribe bien; eso invita al relajamiento—, pero trato de ser equilibrada para que mi texto no resulte destructivo.
Quizá algunos pensaréis que esto se debería aplicar a cualquier autor, tenga la experiencia que tenga. Sin embargo, insisto en que para mí la edad es un punto que no se puede menospreciar. Un autor que pasa de los veinticinco seguramente ha leído mucho, ha opinado de forma negativa (en público o para sí mismo) sobre bastantes libros y conoce bien los comentarios que se suelen escribir en la prensa y la red. En definitiva, sabe cómo funciona esto, sabe que a él también le llegará el momento y, si es inteligente, a la larga agradecerá las críticas. Un adolescente o un joven de veintipocos, salvo que de verdad sea un auténtico prodigio (y yo creo que los prodigios nacen del trabajo duro), todavía no ha alcanzado ese grado de preparación por razones evidentes. Pienso que en estos casos las reseñas deben conseguir que conserve los ánimos para seguir escribiendo y al mismo tiempo dejarle claro que aún le quedan aspectos por mejorar. Ni ensañarse ni ensalzar, para que ni se hunda ni se lo crea demasiado. También me parece aconsejable evitar frases gastadas como las que he citado más arriba: estamos ante un autor joven, pero un autor ante todo, así que seguro que valora que hablemos de su obra sin repetir de forma constante lo fantástico que es encontrar a un chico jovencito interesado en la literatura (cosa que, por cierto, no tiene nada de extraordinario porque hay muchísima gente de estas edades que quiere escribir).
¿Qué opináis vosotros?