Julien Meadow era el chico de la eterna sonrisa, el que cantaba en el garaje con su hermano y el que se enamoró de unos ojos valientes ocultos tras una mecha rosa, los de Crysta. Nunca hubiera esperado que, a raíz de un video subido a YouTube, le llegaría la fama.
De repente, su voz inunda el mundo y su cara protagoniza todas las noticias. Julien debe hacer frente a un nuevo universo lleno de altibajos, lujo, descontrol y poder. Uno en el que te vuelves adicto a focos que queman y a palabras que muerden. Uno en el que echas de menos el abrazo de un gigante o que te besen con brochazos de pintura.
Todo el mundo sabe que Julien Meadow es el cantante con más éxito del planeta. Solo algunos recuerdan que fue una persona.
Cualquiera que haya leído alguna de las novelas de Alexandra Roma sabrá ya que su pluma es exquisita. Y esta vez no podía ser de otra manera. El club de los eternos 27 no es un libro para leer deprisa y pasar un rato entretenido, sino para paladearlo lentamente, disfrutar de sus descripciones y saborear cada una de las palabras que componen la historia.
En este caso nos encontramos con la historia de Julien, un chico normal que de repente se ve convertido en la estrella de moda, con todo lo que eso implica y que solemos olvidar cuando miramos imágenes de nuestros ídolos. En El club de los eternos 27 veremos cómo la cara más oscura de la fama es capaz de transformar a una persona buena, sensible y leal en la peor versión de un monstruo sin remordimientos ni límites.
También nos encontramos con la historia de Crysta, una chica soñadora que perdió una pierna a causa de un accidente cuando era solo una niña. Y aunque la mente de Crysta suele estar siempre volando en busca de colores con los que después mancharse los dedos, será casi la única persona capaz de mantener los pies de Julien cerca del suelo.
Además hay un gigante con una generosidad infinita, un chico que solo quiere demostrar su valía, una chica que quiere brillar y otros tantos personajes con muchas cosas que contar.
Y es que para mí el punto fuerte de El club de los eternos 27 han sido sus personajes. Todos ellos. Sin excepción. Porque te pueden caer mejor o peor, puedes empatizar con ellos en mayor o menor medida, pero es imposible negar que son personajes interesantes y perfectamente definidos. Todos tienen su personalidad, sus circunstancias, sus miedos, sus deseos y su propia historia, esa que los hace únicos. Adoro a Crysta por su fortaleza y su capacidad para seguir siempre luchando. Adoro a Jeremy porque, aunque se supone que es una persona discapacitada, en realidad es muy capaz de enseñarnos lecciones valiosas a todos. Adoro a Lucas porque se enfrenta a todo lo difícil que tiene en contra solo para demostrar que es una persona valiosa. Pero también adoro a Dana e incluso a Becca. Quizá con el que menos he empatizado ha sido con Julien. Qué le vamos a hacer.
La novela está dividida en tres partes que se corresponden con cada una de las tres grandes etapas de la vida de Julien. Además, los capítulos se van alternando para ofrecernos los puntos de vista de los dos protagonistas, contados en primera persona por cada uno de ellos. La narración comienza despacio (en algunos momentos me ha dado la sensación de que un poquito demasiado despacio), pero a partir de la segunda parte va subiendo de velocidad al mismo ritmo que aumenta la intensidad de la historia, para al final volver a pisar el freno y darnos tiempo a decir adiós a los personajes antes de cerrar el libro.
Y no me esperaba para nada ese final (aunque había leído comentarios que lo presagiaban). Es un final que encaja sin ningún problema con la historia, es coherente y verosímil. Y entiendo la necesidad de acabar así. Pero, personalmente, lo hubiera preferido de otro modo.
El club de los eternos 27 es una historia dura sobre la peor cara de la fama, sobre lo que duele a veces perseguir un sueño y sobre la importancia del amor en cualquiera de sus vertientes para mantenernos a salvo. Una novela escrita con un estilo cuidado y lleno de frases para subrayar, con unos personajes que se quedan con el lector después de cerrar el libro. —Opinión de Inés Díaz Arriero—