A estas alturas, poca gente no ha visto alguna película de Quentin Tarantino. El director y guionista (y productor y actor) estadounidense no suele dejar indiferente con sus obras: o gustan mucho o no gustan nada. Dentro de su filmografía encontramos diversos géneros con muchos homenajes a películas clásicas, y una gran cantidad de humor negro.
Así que, cuando vi que Death Proof estaba ya disponible en Netflix, me la apunté en la lista de pendientes y no tarde mucho en ponérmela. Había oído hablar de ella, pero lo cierto es que no sabía ni de qué iba exactamente.
La historia no está mal, esa es la verdad. Hay momentos de tensión muy bien realizados y chascarrillos Tarantinianos que hacen pasar buenos ratos. ¿Es, entonces, una buena película?
Por desgracia, no. Ojo, en mi opinión lo que falla no es la parte técnica, ni tampoco la artística; el problema es más conceptual. Tarantino hubiera podido hacer un cortometraje excelente con los elementos que tenía, pero ni la historia ni la forma de narrarla me han parecido adecuadas para un largo. Curiosamente, estas cosas suelen verse al contrario en el cine: cortometrajes que deberían ser películas completas, con historias de veinte minutos basadas en recortar elementos importantes de la trama. No, no funcionan bien. Y tampoco funciona el alargar a dos horas algo que podría contarse en media. Un tirón de orejas, Quentin.
Aun así, si sois fans del cine de Tarantino u os gustan (mucho) los clásicos de acción de los ochenta, os recomiendo darle una oportunidad a Death Proof. Al menos pasaréis un buen rato.