Los periodistas u otros profesionales también ofrecen, por demanda del medio en el que trabajan o por simple voluntad, su opinión o punto de vista personal sobre algún asunto. En tal caso, lo hacen en forma de una columna de opinión que se publica de forma más o menos regular y encuadrada, por lo común, bajo una temática o el prestigio del autor. Esa opinión se hace pública para ofrecer una “original” interpretación de la realidad, no exclusivamente actual, desde la subjetividad del firmante, con la intención de servir de orientación al lector sobre determinados hechos. Y, aunque no se ajusten a una estructura rígida en cuanto a extensión, contenido, estilo o tono como otros géneros periodísticos, las columnas de opinión están obligadas, por honestidad y responsabilidad profesional, a fundamentar sus argumentos en la verdad y la lógica, a fin de que la credibilidad y confianza del columnista entre sus seguidores no sea cuestionada, lo que no quita que, por supuesto, pueda generar discrepancias y hasta la refutación de las razones expuestas.
¿Y qué lleva a una persona, periodista o no, a publicar su opinión? En la mayoría de los casos, mera vanidad o afán de notoriedad. Es lo que caracteriza a los tuits, facebook, whatsapps, Instagram y demás soportes de las redes sociales. En medios profesionales se exige “auctoritas”, experiencia o especialidad acreditada a la hora de expresar una opinión acerca de algún hecho o acontecimiento. De lo contrario, sería fácil que el opinador caiga en lo manido, las frases hechas, la ambigüedad y hasta en la mentira. Un “buen” columnista es una persona que ofrece una opinión fundada, basada en la exposición de los hechos y en el desarrollo de las razones y argumentos, sin contradecir la verdad ni la lógica, que conducen a las conclusiones con las que el autor espera convencer, haciendo uso de la pulcritud y armonía en el lenguaje para hacerlo asequible, a todo tipo de lectores.