Fast and Furious 7, esa saga de películas que parece no tener fin y más aún cuando su protagonista (o uno de ellos) Vin Diesel ha confirmado que esta séptima será el inicio de una nueva trilogía. Tendremos persecuciones de coches hasta el infinito y más allá.
Esta séptima entrega viene cargada de más acción, más violencia (que según dicen, la que más de la saga) y más piruetas y flipadas imposibles. Eh! pero estamos hablando del equipo de Toretto, sino se flipan saltando de coche en coche en plena carrera o atravesando edificios con coches, que sólo podemos soñar con conducir, no serían ellos, ¿no?.
Tampoco os voy a engañar, no esperaba que fuera un peliculón, ni tampoco que fuese la mejor de todas, que a mi ver no lo es (mi preferida sigue siendo la penúltima: Fast and Furious 6), pero cumple su cometido, entretiene. Vale, no es una obra maestra, ¿pero quién espera que lo fuera?
Sin embargo lo que sí tiene esta última (algo que no me habría imaginado en mi vida), es que ha conseguido emocionarme. A cualquiera que haya seguido la saga, o que simplemente conozca la trama, se reiría al decirle semejante cosa, pero sabiendo lo que todos sabemos, que por desgracia Paul Walker falleció, no parece tan raro.
Tras las escenas alucinantes, tras el retoque (notorio) de la cara de Walker sobre la de su hermano para añadir escenas que no llegó a rodar, llegamos a un final, aunque no apoteósico, sí de lo más bonito. Y no me refiero a bonito de cursi, sino de respeto por un compañero de trabajo, por una persona que fue amigo, padre y marido. Esa inolvidable sonrisa... Sinceramente fue la mejor parte de la película. Con frases e imágenes recordatorias, no sólo nos hacen saber que el cariño que compartía el equipo hacia Walker era profundo y sincero, sino que son capaces de llegar al corazón de los espectadores. Creo que es el mejor homenaje que he visto y el mejor, sin duda, que podrían darle.