La parte de la máquina de escribir era ciertamente distraída y no me desanimaba aporrear las teclas con el mismo ánimo que un pianista de taberna. Poco a poco fui tomando destreza y en no demasiado tiempo conseguí un número de pulsaciones al minuto nada desdeñable. El temario de la oposición era otro cantar, lleno de leyes, reales decretos y otras normas absurdas, como, por ejemplo, conocer las obligaciones de la gobernanta de lencería de la Seguridad Social, que contada así no parecía desde luego tan excitante como un catálogo de Victoria´s Secret. Al poco tiempo fui perdiendo interés y me pasaba más tiempo mirando por la ventana que al temario. Había una rubia que me tenía loco y me obligó a comprarme una especie de monocular con la que atisbarla con más detalle. Así que, con semejante instrumento en un ojo y la oreja puesta en dirección a la puerta, por si mis sufridos progenitores entraban y me pillaban estudiando a larga distancia, iba perdiendo el tiempo sin tregua. Tenía debajo de los apuntes una historieta que andaba dibujando por aquella época que, sumado al letargo y a una falta de concentración galopante, me conducían directamente al abismo laboral.
La parte de la máquina de escribir era ciertamente distraída y no me desanimaba aporrear las teclas con el mismo ánimo que un pianista de taberna. Poco a poco fui tomando destreza y en no demasiado tiempo conseguí un número de pulsaciones al minuto nada desdeñable. El temario de la oposición era otro cantar, lleno de leyes, reales decretos y otras normas absurdas, como, por ejemplo, conocer las obligaciones de la gobernanta de lencería de la Seguridad Social, que contada así no parecía desde luego tan excitante como un catálogo de Victoria´s Secret. Al poco tiempo fui perdiendo interés y me pasaba más tiempo mirando por la ventana que al temario. Había una rubia que me tenía loco y me obligó a comprarme una especie de monocular con la que atisbarla con más detalle. Así que, con semejante instrumento en un ojo y la oreja puesta en dirección a la puerta, por si mis sufridos progenitores entraban y me pillaban estudiando a larga distancia, iba perdiendo el tiempo sin tregua. Tenía debajo de los apuntes una historieta que andaba dibujando por aquella época que, sumado al letargo y a una falta de concentración galopante, me conducían directamente al abismo laboral.