Fueron aquellos años de intensos estudios, de aprendizaje de un lenguaje nuevo, de horas y horas en el scriptorium iluminando códices, de cantos litúrgicos al ritmo de las horas y de no pocas jornadas vertidas en los campos helados de la estepa entregado a arduas tareas agrícolas, y todo ello sin dejar de escrutar ni un solo día el punto aquel del horizonte por donde sabría que habría de llegar la señal que indicara el momento oportuno para decir adiós a todo aquello.