Una casa perfectamente ordenada, a veces es la antítesis de lo que entendemos por hogar. En un hogar con niños o adolescentes, tiene que haber juguetes por el suelo, diferentes piezas de ropa sobre las camas o en las sillas de las habitaciones, libros amontonados sobre la mesa o platos sucios de la cena en el escritorio por la mañana. Y, aunque no haya niños ni adolescentes, en cualquier hogar pueden haber tareas pendientes de hacer que no tienen por qué hacernos sentir mal ni ponernos nerviosos. La vida no se detiene y, cada momento que pasa determina nuevas tareas por hacer. No podemos sucumbir estoicamente a los ritmos que nos imponen, porque entonces no haríamos otra cosa.No podemos obviar el hecho de que el desorden siempre se acabará imponiendo por más ordenados que queramos ser. Porque el orden ideal y perpetuo no sería compatible con la vida. Sería como realizarnos una fotografía y quedarnos a vivir en ella. Vivir implica evolucionar, seguir adelante, exponernos a los nuevos caprichos del caos y tratar de seguir ordenando sus continuos desórdenes.
En la mitología griega ya encontramos referencia al caos como el estado primigenio del Cosmos, un espacio que se abre, que se despierta y en el que se puede suceder cualquier circunstancia. A partir de ahí, surgieron los conceptos contrapuestos como cielo y tierra o noche y día, no pudiéndose entender la existencia del uno sin el otro. Igual que el Yin y el Yan, el cielo o el infierno.El caos no tiene por qué implicar desorden. Más bien, reflejaría nuestro verdadero estado natural en la naturaleza.