No soy hipócrita ni dudoso: para mí, y para otros mendas, José Mari Manzanares es la antítesis de lo que debe de ser un torero. Carcas que somos. Los de la caspa y eso, que nos llaman los de la gomina. Nos, o me va, mejor dicho, la ardentía de la sangre, el sudor en cantidades industriales, los porrazos de los pencos de picar, el olor a cuerno quemado, el Toro que quiere coger para matar y hacer hamburguesa a todo el que se le ponga delante, cualquier cosa que me lleve al éxtasis a través del miedo. Sí, el miedo, el arte de cagarse por las patas abajo. Terror que, cuando existe, que son las menos, produce una fascinante frustración y una honesta admiración, sentidas al constatar que un hombre hecho de los mismos materiales que tú, es capaz de vencerlo. En esto reside el germen del toreo, en que en esta vida los hay calzonazos, luego están los hombres, y encima de todos ellos se alzan, como águilas imperiales, los matadores de Toros.
Y sin caer en los tópicos, en el muy manido "pues baja y ponte tú", que uno de valor anda justito y no sería capaz de ponerse delante de una charolesa, en muchas -casi todas- las tardes en las que actúa -¡sí, actúa!- Manzanares, ese alejamiento inconquistable para el aficionado con respecto a lo que hace el torero, se hace más minúsculo, se vuelve más terrenal. Como que no es tan difícil. Que no era para tanto eso del toreo. Puede gustar, entretener, pero no impresiona. El héroe, sobrehumano, se degrada a artista, que lo puede ser cualquier fulano.
Manzanares ha llevado un punto más allá la perversión de la estética, la golfería esa del arte al precio que sea, rebajando el Toro, los cánones y el riesgo a valores infrataurinos. Tampoco ayuda en exceso su torofobia a todo lo que no sea Domecq o Núñez y el complejo, peste de mal aficionado, que tiene con la suerte de varas y la sangre.*
Anoche se llevó la Oreja de Oro del programa Clarín, que lo proclama como máximo triunfador de la temporada. Tal vez sea verdad eso de que los tiempos cambian, y que el toreo de nuevo cuño está hecho para paladares que sean capaces de disfrutar de la más presuntosa cursilería delante de bichos inválidos. Pero esa no es mi Fiesta. Que sí es la de David Mora o Fandiño. La de los perdedores, atributo muy de aquí que les otorga aún más encanto.
* En las muchas entrevistas y declaraciones de Manzanares y su equipo de prensa, se ha podido ver la preocupación del diestro con que haya una evolución de la tauromaquia, con el fin de acercarla a las sensibilidades de la sociedad de este siglo. En muchas de ellas hay que leer -y entender- entre líneas. Hace poco, José Ramón Lozano, su voz y jefe de prensa, ex de otro estilista como Morante, contaba esto en un reportaje sobre fotografía en el Plús (imprescindible para entender como van y como van a ir las cosas si no ponemos remedio):