Pero aquel día la manifestación la encabezaban las pancartas y la banda de un grupo de mineros galeses, en solidaridad con las demandas del colectivo de gays y lesbianas. Sorprendente. ¿Cómo unos grupos en apariencia tan dispares habían coincidido en una lucha común?
Yo me acabo de enterar gracias a una película que me pasó desapercibida de la cartelera y que acaba de estrenar la televisión: Pride (Matthew Warchus, 2014). Una comedia romántica en la que el amor es sustituido por la solidaridad, que es lo mismo pero en grupo. “La ternura de los pueblos”, como diría la poetisa nicaragüense Gioconda Belli. Una de esas películas que tan bien les salen a los ingleses, comedia con contenido social; como el alter ego optimista de Ken Loach. Se eliminan aristas y se dulcifica la realidad para hacerla más digerible. Si quieres realidad en estado puro no te pierdas “Dos días, una noche” (2014), maravillosa, pero Pride no está nada mal para pasar un domingo tarde con una sonrisa sin perder de vista el mundo en el que vives.
Y además aprendes, como me pasó con Made in Dagenham (2010). Porque Pride también recrea una historia real, la del Lesbians and Gays Support the Miners (LGSM), una organización fundada en Londres por Mark Ashton y Mike Jackson destinada a recaudar dinero para apoyar a los mineros en huelga. El grupo de Londres –sobre el que versa la película– fue el más importante, pero a su estela se crearon otros 10 por todo el país.
Lucha en las minas
Margaret Thatcher, esa heroína del barrio de Salamanca, había llegado al poder en 1979 dispuesta a redistribuir la riqueza, demasiado repartida para su gusto. El plan era desregularizar los mercados financieros, privatizar los bienes comunes y flexibilizar el mercado laboral. Para ello había que reducir el poder de los sindicatos, lo que era un medio y un fin al mismo tiempo. Sobre todo de la poderosa National Union of Mineworkers. La historia es bien conocida:, tras un año de huelga los mineros no pudieron aguantar más, Thatcher ganó, las minas acabaron cerradas y las zonas del país que vivían del carbón se convirtieron en tierra quemada del liberalismo thatcheriano, ese creador de bienestar.
Lo que yo no conocía es la historia real de la LGSM que narra la película, que empieza en el día del Orgullo Gay de 1984, donde una serie de activistas deciden mirar más allá de su propias reivindicaciones y recoger dinero para los mineros en lucha. El actor que interpreta a Mark Ashton, líder del grupo, se pregunta en voz alta “¿cómo es que últimamente no vemos policías acosando nuestros locales? Porque están peleando con los mineros, intentando reventar la huelga”. Porque, queridos niños, la represión ni se crea ni se destruye, se transforma. Desde tiempo inmemorial.
Eso lo ve claro Ashton, la lucha de uno de los grupos oprimidos ha de ser la de todos los demás, por encima de posibles dificultades. Y el LSGM las tuvo, muchas. De entrada no servía dar dinero al sindicato de mineros por dos razones: porque los fondos estaban confiscados por la señora Thatcher y por la propia homofobia del sindicato minero. Para vencer esto, Ashton y su grupo decidieron ir directamente a las comunidades mineras, contactar con esos pequeños pueblos galeses –que recibían menos atención mediática que otras zonas, olvidados entre los olvidados– para ofrecer su ayuda y presentarse tal y como eran.
Uno de esos líderes mineros, Dai Donovan, rechaza el prejuicio y acepta la ayuda. Todos están en el mismo barco. El primer choque entre dos mundos tan dispares es inevitable, la homofobia está muy arraigada en esas comunidades mineras, de las que muchos gays habían tenido que huir a causa del acoso por su condición sexual. Pero poco a poco van conociéndose personalmente, y eso es una medicina muy fuerte contra la intolerancia. Ven que comparten una lucha y un enemigo muy poderoso. Thatcher tiene todo el poder, incluido el de la prensa. “Mira lo que dice la prensa de esos pervertidos”, le dice una mujer del pueblo, profundamente religiosa, a uno de los miembros del comité de huelga. “Si es mentira casi todo lo que dicen sobre nosotros, ¿por qué voy a creer lo que dicen sobre esos chicos?”, le responde el minero.
Pits and perverts
Ese fue el gran triunfo de Mark Ashton. La película pasa de puntillas sobre el hecho, pero Ashton era miembro del partido comunista británico. Aunque muchas veces la práctica de los partidos comunistas respecto a lucha de los gays o del feminismo no ha sido ejemplar, a Ashton le definía su ideología, por eso veía las diferentes injusticias como una sola causa. Había que superar las diferencias y remar a la vez. En ese sentido, la película también tiene un momento para contar la lucha feminista de Siân James, la primera mujer elegida diputada por Swansea Este que llega al parlamento británico.
Dos años después de aquella manifestación del Orgullo, en enero de1987, Ashton moría a causa del SIDA, con solo 27 años. En un impresionante funeral en Lambeth ondearon banderas arcoiris, rojas y pendones sindicales. El activista que luchaba por la unidad de los desheredados conseguía el respeto unánime, aún hoy día su nombre es honrado en los valles mineros del sur de Gales. Un ejemplo a seguir.
Por razones que serían largas de explicar aquí, la derecha lo tiene más fácil, con una Thatcher les basta: una planta robusta criada en los mejores invernaderos de Montsanto y cia. En la izquierda necesitamos que nazcan muchos Ashtons, y tenemos que cuidarlos, son flores delicadas que tienen que vivir a la intemperie.