Sí. Ese fantástico sentimiento fue lo que sentí hace unos días cuando asistí al festival de fin de curso de mi hijo. El más guapo, el que mejor bailaba, el que mejor sonreía. Y lo más bonito y más grande de todo era ver las caras de orgullo de todas las madres (y padres, abuelos, hermanos) que transmitían ese mismo sentimiento hacia sus pequeños y pequeñas que en la pista hacían sus primeros pasitos como pequeños artistas.
Nuestros hijos nos dan mucho amor y mucha felicidad en el día a día pero es en momentos tan preciosos como estos cuando te das cuenta de que una sonrisa, un gesto, un avance y superación de tu hijo es lo más grande que se puede experimentar.
Hecho la vista atrás y recuerdo los anteriores festivales cuando mi pequeño era como un patito bastante torpe o miraba con ojitos tristes hacia el público buscando a su mamá mientras hacía los movimientos aprendidos cual alumno aplicado.
Esta vez levantaba la cabeza orgulloso, sonreía satisfecho, se movía con soltura y seguridad. Seguramente se equivocó en algún paso o hizo algún movimiento equivocado, pero para mí fue una verdadera estrella.
Mi hijo, nuestros hijos, son lo mejor del mundo y nos regalan momentos inolvidables.