Orgullo y banderas

Publicado el 28 junio 2015 por Teremolla

   El día de hoy y a lo largo del final de la semana pasada y seguramente durante la próxima se está conmemorando el Día del Orgullo LGTB en muchos lugares de nuestra geografía.

Este año, además está resultando especial por varios motivos como son la reciente desaparición de Pedro Zerolo o la sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos de América legalizando de facto el matrimonio igualitario en todos los Estados.

Pero además está el factor de la visibilización de la bandera multicolor en los balcones de muchos Ayuntamientos que han querido de este modo romper con los gobiernos que les precedieron y mostrar una nueva manera de entender el mensaje que la ciudadanía les ha dado a través de las urnas. El mensaje de la Igualdad de Derechos y Oportunidades que se está exigiendo por parte de toda las personas independientemente de su sexo y/u orientación sexual.

Estoy muy contenta por ver esas muestras publicas de reconocimiento al trabajo de miles de personas activistas por el reconocimiento total de derechos y la ausencia de discriminaciones consecuencia de la orientación sexual de cada persona. De verdad que viendo la evolución de los últimos años, este año está siendo especialmente visible e incluso festivo y ha inundado de banderas multicolor incluso los perfiles de las redes sociales.

Pero esta alegría compartida en las manifestaciones de las grandes y pequeñas ciudades contrasta con la situación particular de cada persona que cada día y en su cotidianeidad puede sufrir situaciones inhumanas por su orientación sexual o por su forma de manifestar su propia sexualidad. Y con esto quiero decir que dentro del colectivo LGTB las visibilidades y aceptaciones de todas las corrientes internas son diferentes. Es evidente que siguen sin ser tratadas de igual manera las situaciones de los hombres homosexuales que las de las mujeres lesbianas. O las personas transexuales que las transgenéricas. Así como tampoco es lo mismo ser homosexual mujer en uno de los más de veinte países en donde sólo está penada la masculina.

Los avances son innegables. Pero lo siguen siendo en las zonas más ricas del mundo. Aquellas en las que a pesar de habernos empobrecido con esta estafa llamada crisis, y de que en el caso español se nos haya llamado la atención por parte de la ONU por el retroceso en derechos humanos, seguimos gozando de cierta libertad para amar a quien deseemos hacerlo.

Amar a una persona del mismo sexo en Irán nada tiene que ver con amar en Portugal, por ejemplo. En el primer caso la pena es de muerte, mientras que en el segundo la pareja se puede casar. Y esto es sólo un ejemplo.

En nuestro espacio simbólico en demasiadas ocasiones aparecen los estereotipos de burla o rechazo a las personas transexuales y hacia las transgenéricas y las asociamos, por ejemplo, al mundo de la prostitución. ¿Por qué?, ¿Acaso sus capacidades para trabajar, relacionarse o amar son diferentes a las heteronormativas impuestas por el patriarcado? Yo creo que no lo son. En todo caso lo que es diferente y por eso se les estigmatiza es que aman a personas diferentes a las asignadas por el patriarcado y por eso el sistema las señala y las estigmatiza de mil maneras sutiles o brutales. Y esta estigmatización es sistemática.

Dentro de la organización social, el patriarcado ha impuesto sus normas con el objetivo de la reproducción de la especie desde la perspectiva siempre masculina. Por eso amar a personas del mismo sexo que, a priori, no puedan reproducirse, o haber nacido en un cuerpo equivocado o sentir que puedes amar tanto a mujeres como a hombres y por tanto ser ambivalente, está claramente señalado como indeseable por un sistema opresor como lo es el patriarcado. De la misma manera que nos oprime a las mujeres cuando cuestionamos el mandato de la maternidad que es incuestionable para el sistema.

Estoy feliz de comprobar cómo poco a poco se van normalizando las diversidades y sus reivindicaciones a mantener sus diferencias van siendo aceptadas por las sociedad que, aún con sus reticencias va dejando paso a lo que siempre debería de haber sido normal: amar a quien desees en igualdad de condiciones.

Estoy feliz de comprobar cómo la bandera multicolor hoy ondea en espacios cerrados a cal y canto durante siglos. Estoy feliz de comprobar cómo el avance hacia la igualdad en todos los sentidos es imparable.

Pero me sigue preocupando la visión etnocéntrica de nuestro discurso de personas blancas, con cierta comodidad en nuestras vidas y con rastros colonialistas en nuestras formas de entender a gentes de otros lugares del mundo a quienes llegamos a cuestionar sus formas de luchar e incluso sus propias luchas por ser, quizás en forma y fondo, diferentes a las nuestras. Y como hemos aprendido corrección en las formas, podemos hacerlo desde lo simbólico y eso me preocupa.

Y para ello, quizás haya que parar y reflexionar sobre conductas y discursos públicos y privados para arrancar de cuajo los estereotipos que todavía habitan en nuestro corazón y nuestro cerebro y hacer un ejercicio de generosidad más amplio para entender que, quizás, el origen de las luchas de muchas personas que aman de forma diversa y todas ellas válidas es el mismo: El puñetero patriarcado que pretende encorsetarnos en su heteronormatividad. Y eso afecta a toda la estructura social, política e incluso económica.

Y, al mismo tiempo y dentro de ese ejercicio de generosidad hayamos de reconocer humildemente que nuestro etnocentrismo nos impide levantar un poco la mirada y asumir y compartir discursos de gentes lejanas que, a su ritmo y con sus voces van haciendo también su camino. Porque imponer luchas y formas de luchar nunca dieron buenos resultados.

No olvidarnos de las miles o millones de personas que todavía pueden pagar con su vida el enamorarse de otra persona de su mismo sexo, o de otra religión o clase diferente.

Al final, el amor es un sentimiento que no entiende ni de sexos, razas, colores, nacionalidades o religiones. Y por ello el derecho a amar debería ser un derecho universal de todas las personas. Y por supuesto a amar en igualdad plena.

Ben cordialment,

Teresa