No es un tema de opiniones.
Ni siquiera un tema
cultural.
Excede, incluso, a las diferencias existentes en 2 sistemas de
creencias.
Lo que nos tiene enfrentados, para llevarlo a un marco
extremadamente simplificado, son 2 concepciones diferentes de lo que implica
compartir el mismo mundo y ser parte de la misma humanidad.
Podemos discutir durante una eternidad acerca de quién
tiene o deja de tener razón, sabiendo que nunca vamos a llegar a un acuerdo. La
tergiversación de los datos fríos (de ambos lados, por supuesto), nos ha
llevado a no saber quién inició esta confrontación o por qué lo hizo.
Lo único que nos queda claro, sobre todo a los que
tenemos un mínimo de pragmatismo en nuestro análisis, es que hay un abismo
insalvable entre la idea de “podemos vivir respetando lo que pensás, aunque no
lo comparta” frente a “si no pensás como yo pienso, no tenés espacio en este
mundo y tengo derecho a actuar con violencia”.
Esta oposición nos plantea paradojas constantes. Una tarea
recursiva en su futilidad: razonar con lo irrazonable, acordar con lo
intransigente, establecer puntos medios con el fundamentalismo.
Sin entrar en generalizaciones, hay muchos de ellos que
toman sus convicciones desde una perspectiva más moderada y aceptan que se
puede pensar distinto respetando los derechos de todos. Pero cada vez son
menos. Cada día pierden terreno frente a la intransigencia de los más
violentos.
No quiero hablar por otros. Voy a asumir lo que digo
como propio: quisiera creer en la posibilidad de un mundo donde tanto “ellos”
como “nosotros” pudiéramos coexistir, pero la intransigencia de los
fundamentalistas lo hace imposible.
Sé que muchos piensan que exagero o que planteo las
cosas llevadas a un extremo al que nunca se va a llegar. No es así. A pesar de
sonar apocalíptico, creo profundamente en que debemos ponerles un freno. Ya no
son un simple grupo de “simpáticos luchadores por un ideal”. Han pasado
demasiados límites y seguimos o, para ser más exactos, el mundo sigue creyendo
que se puede llegar a razonar con ellos.
Piénsenlo.
Cada día toman más poder.
Cada vez, se
vuelven más violentos y con el tiempo, tanto lo banal como lo fundamental de nuestra idiosincrasia, va a ser anulado por sus nuevas reglas y
restricciones.
No esperen a que sea tarde, cuando ya tengamos que
luchar por recordar cómo era que vivíamos y disfrutábamos de nuestras
costumbres más simples pero profundas.
Háganme caso: frenemos a tiempo a los vegetarianos u
olvídense de encontrarse con amigos alrededor de una parrilla!
Foto: inexplicable tomatoes by Quinn Dombrowski