El fútbol echó raíces en la cultura obrera a partir del momento en que entró en las escuelas.
Según los historiadores la mayoría de los niños no iba ni a las public schools ni a las escuelas secundarias, sino a las primarias, donde la única forma de educación física permitida en la currícula era la de tipo militar. Sin embargo el fútbol fue introducido por los jóvenes maestros fuera del horario formal de las clases. Lo que muestra que el tiempo del deseo, no existe, se construye.
Cuando la FIFA se fundó, en 1904, el fútbol profesional en Gran Bretaña, introducido en 1901, prosperó rápidamente gracias a las rivalidades urbanas locales preexistentes, atravesando todas las clases sociales. Era parte del mundo comercial, el tiempo libre, que incluía también el music hall y el cine; pero no simplemente un aspecto más del consumismo trivial. Su fuerza radicó en la habilidad para reflejar y construir identidades y lealtades locales. A partir de innumerables luchas regionales, había surgido el equipo más fuerte para representar a la ciudad, al país y no importaba que los jugadores proviniesen de distintos lugares de Gran Bretaña. Cualquiera podía convertirse en héroe local.
Estos clubes eran entidades comerciales, pero no empresas capitalistas. Los hombres de negocios que dirigían los clubes profesionales de fútbol no lo hacían para ganar dinero sino por un conjunto complejo de motivos que incluían placer, prestigio y otras ventajas sociales. Los directores no cobraban honorarios; el sueldo máximo para los jugadores, introducido en el norte de las islas en 1901, sirvió junto con las reglas de contratación y transferencia, para evitar que un reducido número de clubes dominasen la competencia.
En 1914 el fútbol recibió el último gran espaldarazo de respetabilidad cuando el rey Jorge V, asistió por primera vez a una competencia futbolística, se trataba de la final de la Copa de Inglaterra entre el Burnley y el Liverpool en el estadio del Cristal Palace. Las crónicas dicen que cien mil espectadores asistieron al evento.