La ganadora del premio a la mejor película del Festival de Sitges (2014) se sostiene posiblemente en la "apuesta" de Pascal. El pensador francés llegó a la conclusión de que, ante la imposibilidad de probar la existencia de Dios, es más beneficioso creer en él que no hacerlo, ya que la promesa de una vida eterna compensa los sacrificios de la moralidad cristiana. En Orígenes se expone -literalmente- un pensamiento similar, aunque se elimina el componente religioso en favor de una espiritualidad más universal. Sin embargo, el beneficio de "creer" sigue siendo el mismo: la trascendencia. Ante el dolor que significa vivir y dejar atrás a nuestros seres queridos, Orígenes propone una explicación entre científica y mística que ofrecería consuelo ante la pérdida. Para convertir ese concepto en una historia, Mike Cahill utiliza una narración, quizás, más propia de una novela, que abarca varios años. Tras un primer tercio pausado, profundo y muy interesante, la historia acelera su ritmo. Comienzan a ocurrir un montón de cosas que sorprenden y que incluso pueden llegar a despistar. Son piezas de un puzzle que no entenderemos hasta el final. Cada cosa que pasa tiene una consecuencia posterior que la justifica. Es trabajo del espectador decidir si las cosas que ocurren constituyen ingeniosos giros... o trucos de guión. En mi opinión, Orígenes utiliza un marco de ciencia ficción para acercarse a un asunto espiritual y con ello contar una historia de amor, o dos. Lo que intenta explicar Cahill es esa atracción irracional, esa conexión, esa química, que sentimos hacia ciertas personas a pesar de que no sean -incluso de forma evidente- adecuadas o compatibles con nosotros ¿Qué nos une realmente? ¿Por qué tenemos la sensación de haberlas conocido siempre?