Descartes pensó a partir de sentirse perdido en un mar de dudas. Y dedujo que de lo único que se podía fiar era de su pensamiento, no del mundo. Concluyó que solo lo que decidiera con su pensamiento era fiable. El pensamiento, pues, era la realidad de la que habría que partir, la realidad radical. Ortega lo que resalta es que hay algo previo al pensamiento, previo a las preguntas. Yo, por ejemplo, ahora estoy en una habitación, como podía estar paseando por el campo, contemplando una puesta de sol (bueno, ya se ha hecho de noche aquí) o tomándome un café. No estoy, no estaría en tal caso cuestionándome qué es la habitación, en qué consiste el campo, por qué se pone el sol o de dónde ha salido el café; no pensaría en todo eso, simplemente daría por supuestas esas cosas. En eso consiste la vida en su gran parte: discurrir a través de cosas, situaciones, circunstancias que damos por supuestas, que no nos cuestionamos, que no pensamos en su por qué o su para qué. En suma, que se comportan según lo previsto, según las creencias que tenemos al respecto. Esa es la realidad primaria, radical: vivir (antes incluso que pensar). Cuando algo de eso que damos por supuesto, cuando alguna de nuestras creencias nos falla… entonces es cuando lo convertimos en problema, en cuestión, en pensamiento. Pensamos, efectivamente, porque (y en la medida en que) nos sentimos perdidos, desorientados, necesitados de saber a qué atenernos. Descartes pensaba porque estaba en un mar de dudas y necesitaba orientarse. ¡Claro que estar perdidos lleva a hacerse preguntas, a pensar! Pero la base de partida, la realidad radical es pre-intelectual: estoy en mi habitación, paseo por el campo, etc. Solo quien se siente inseguro, aquel al que le falla aquello en lo que creía, en lo que daba por supuesto, se pone a pensar.