Anda, sal del cubículo, dormilón, y agárrate el calzón. Enderézate y desayuna rapidito. Salta un poco para que los alimentos bajen aprisa al tiempo que metes una pierna por el pantalón, evitas el trompazo y logras meter la otra. Imprescindible afeitarse -no te olvides- con el torso desnudo, para evitar la sangre de un posible microcorte encima del cuello de la camisa.
Qué maravilla de automatismo tenemos en momentos de prisa mañanera. Toda una cortesía de la Hermandad de Neuronas del Tronco Encefálico que logran, en condiciones de semisueño, que nos vistamos como corresponde, en vez de colocarnos ignominiosamente las ropas de la parienta. Algo de mérito tendrá la erección matutina, alérgica a vestirse con bragas y similares.
Veo en la mesilla lo último de Coupland que estoy leyendo y esta vez me acuerdo de llevármelo. Es curioso el hermanamiento que siento con Roger -su protagonista- si no por otra cosa sí por el amor hacia su coche. Al igual que el, experimento la entrada en mi vehículo como la comunión con el Estado Perfecto.
Porque una vez agarro el volante, el intervalo hasta llegar a mi empresa no computa como tiempo de sufrimiento en este mundo. La travesía de la urbe la realizo en una suerte de trance cinético y entro en la autopista como si toda mi vida anterior no fuera sino algo borroso. Aquí me siento más vivo que en muchos momentos del día. Es en este reino de metal y combustible quemado donde quisiera reencarnarme si naciera otra vez.
Noto que la aceleración y la potencia del motor extienden mi ser hasta el infinito. De nuevo y como cada mañana, de la oruga dormilona ha nacido un centauro, que ruge y adelanta a los otros siempre que puede.
Acelerando: así es como me hallo en mi elemento y puedo seguir sintiendo los 18 años que tenía cuando me saqué el carnet. Incluso todavía menos, ya que jamás olvidaré el gozo de pisar un pedal y que la máquina obedeciera, cuando todavía era un crío y mi padre me dejó probar.
¿Y de verdad que es preciso salir de aquí para trabajar? ¿No podríamos vivir en algún estado de velocidad perpetua? ¿Porqué una vez que sales sientes que vuelves a ser la oruga?
Porque como orugas frustradas será como miraremos después a la autopista por la ventana. No dejaremos de escuchar su llamada. Y algún día llegará -fantaseas- en que ya no pararemos. Seguiremos circulando a la velocidad máxima hasta agotar el combustible y después de repostar todavía correremos más, como los autonautas de Cortázar.
Saludos cinéticos, preciosidades. Esta semana tendré problemas para conectar